Miércoles, 07 de junio, 2017
Mata Carnevali, María Gabriela

La etnicidad ha sido y continúa siendo una dimensión crítica en la política africana, al aportar los ingredientes primarios a la mayoría de los conflictos del continente. Sin embargo, la heterogeneidad étnica per se no es el problema, sino el manejo político de la que es objeto.   A propósito de cumplirse 23 años del genocidio en Ruanda, este artículo revisa como el enfrentamiento entre los hutus y los tutsis obedece, sobre todo, a la institucionalización de las diferencias físicas durante la colonia, lo que coloca al imaginario occidental como premisa de la desigualdad y la defensa y promoción de los DDHH como garantía de paz.


 

 “La historia de África, como la de la humanidad, es una toma de conciencia”

 Ki- Zerbo, 1981.

 

Hace 23 años, en los meses de abril, mayo, junio y julio  de 1994, en Ruanda se produjo uno de los mayores genocidios de la historia. En menos de cuatro semanas, unos 800.000 tutsis fueron asesinados por los hutus. La etnicidad ha sido y continúa siendo una dimensión crítica en la política africana, al aportar los ingredientes primarios a la mayoría de los conflictos del continente. Sin embargo, como bien afirma Entralgo (2005), la heterogeneidad étnica per se no es la fuente determinante de dichos conflictos, sino la falta de una estructura social, traducida en un marco legal respetuoso de los derechos humanos, que gobierne las relaciones entre los componentes diversos dentro del Estado y garantice a cada unidad sus necesidades de identidad, seguridad y participación. Por eso prefiere hablar de etnicidad politizada.

En el caso de Ruanda, la distinción entre los hutu y los tutsi tiene, en efecto, un origen socio-político. Su formación como identidades opuestas se remonta al período pre-colonial, pero obedece, sobre todo, a la institucionalización de las diferencias físicas durante la colonia mediante la imposición de pases en donde se especificaba la identidad étnica.

Y es que según la literatura especializada, los principales grupos constitutivos de su población actual, enfrentados desde antes de la independencia alcanzada en 1962 – los hutu (84%), agricultores de habla bantú, y los tutsi (15%), pastores nilóticos, a los que habría que sumar un reducido grupo de twa (1%)1 – coexistieron en relativa paz por largo tiempo antes de la incipiente formación del Estado en el siglo XV. Pero, el sistema de vasallaje (clases) que caracterizaría posteriormente a las relaciones entre los dos grupos, fue fatídicamente  tergiversado  por los europeos durante la colonia para hacerlo girar en torno a los rasgos físicos, favoreciendo a los tutsis por su piel más clara y rasgos más refinados en detrimento de los hutus como parte de sus mecanismos de dominación (Mafeje, Archie, 1991; Mamdami, Mahmood, 2003 ; Melvern, L., 2000).

Fue la percepción europea, influenciada por los patrones de la estética occidental y las teorías racistas que manejaban los científicos sociales de la época, la que llevaría a las autoridades coloniales a introducir las políticas discriminatorias que condujeron a las luchas fratricidas que culminarían con el brutal genocidio de 1994.

La concientización de este hecho debiera contribuir a la sanación de viejas heridas y por ende a la definitiva construcción de la paz en este convulsionado rincón del planeta. “La paz no se conquista, se construye, y es ante todo obra de justicia”, dijo una vez el papa Juan Pablo II. Y está claro que no puede haber justicia sin establecer primero la verdad. Por eso, la urgencia de olvidar y perdonar va de la mano con la necesidad de “recordar”.

La memoria de las causas profundas de la violencia experimentada es crucial para establecer la verdad de lo ocurrido, considerando que, como afirma Helena Poland McCormick (2000) en relación al apartheid en Suráfrica: “la conexión entre violencia y silencio puede perturbarnos o peor, destruir en nosotros la capacidad de pensar históricamente” y, en consecuencia, para extraer las lecciones pertinentes.

La situación actual de Ruanda nos dice que, a pesar de los innegables esfuerzos por parte del gobierno para “hacer justicia” y abrir paso a la “reconciliación nacional”,después del genocidio que, en sólo cien días, cobrara la vida de ochocientos mil tutsis y hutus moderados bajo la mirada indiferente de la comunidad internacional y el apoyo abierto de Francia al gobierno de Kigali, todavía falta camino por recorrer en el sentido de crear una plataforma política basada en el consenso que satisfaga a todas las partes involucradas y evite cualquier nuevo brote de violencia interétnica.

Si bien el 26 de mayo de 2003 se aprobó por referendo la nueva Constitución de Ruanda, clave para la reconciliación nacional en la medida que excluye las plataformas políticas basadas en divisiones étnicas y establece valores básicos como la unidad del Estado, la descentralización administrativa y  el debido respeto a los derechos humanos con especial énfasis en la paridad de género, Paul Kagame, actual Presidente, electo ese mismo año luego de un período de transición, enfrenta graves acusaciones sobre represión a la oposición política, la supremacía de los tutsis en las posiciones estratégicas del gobierno y el ejército, así como respecto de su participación y de otros miembros del gabinete en el genocidio de 1994.

La verdad es que el fantasma de la etnicidad politizada sigue rondando. De hecho, las Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda, acusadas del genocidio, mantienen una guerra de baja intensidad contra el gobierno desde la frontera con la República Democrática del Congo.

“Recordemos”, en memoria de los muertos pero con la mirada puesta en el futuro, que la crítica presencia de la etnicidad en los conflictos africanos no es una condición patológica de la sociedad, sino un reto para la gobernabilidad, que La paz no se conquista, se construye y es ante todo obra de justicia. Supone y exige la instauración de un orden justo en el que los hombres puedan realizarse como hombres, en donde su dignidad sea respetada, sus legítimas aspiraciones satisfechas, su acceso a la verdad reconocido, su libertad y su seguridad garantizadas. Un orden en el que los hombres no sean objetos sino agentes de su propia historia.

El ambicioso proceso de justicia y reconciliación adelantado en Ruanda que involucra al Tribunal Penal Internacional para Ruanda, el Sistema Nacional de Tribunales de Ruanda, el Sistema de Tribunales Populares Gacaca y a la Comisión Nacional para la Unidad y la Reconciliación (CNURU), no tendrá éxito a menos que la reforma del Estado planteada en la Constitución de 2003 se materialice en la práctica y se permita una mayor participación hutu en la toma de decisiones.

En el informe de Amnistía Internacional  2016/2017 se dice de Ruanda que “el entorno para el debate libre y la disidencia continua siendo hostil”. Aunque en el plan de trabajo para aplicar las recomendaciones aceptadas durante el examen periódico universal a que la ONU sometió a este país en 2015, el gobierno se comprometió a despenalizar la “difamación”, hay tensión en la relación con los medios y casos de periodistas desaparecidos. Así mismo el informe refiere que “tras un juicio sin garantías, se impusieron severas condenas a altos mandos del ejército” por incitación a la rebelión. Tampoco se es muy tolerante con los defensores. El ciudadano congoleño Epimack Kwokwo, coordinador de programas de la ONG regional Liga de Derechos Humanos de la Región de los Grandes Lagos, fue expulsado de Ruanda el 28 de mayo al haber caducado su permiso de trabajo tras largos retrasos en la renovación de la inscripción en registro de la ONG.

Foto de waewkid / Shutterstock.com

Referencias:

Amnistia Internacional (2016/2017). Informe. Revisado: junio, 2017. Disponible: https://www.amnesty.org/es/countries/africa/rwanda/report-rwanda/

Entralgo, A. (2005). El oro de la costa y otros recorridos. La Habana: Instituto Cubano del Libro. Editorial de Ciencias Sociales.

Ki- Zerbo, J. (1981). Historia General de África I. Metodología y prehistoria africana.Paris: Tecnos, UNESCO.

Mafeje, Archie (1991). The theory and ethnography of African social formation. The case of the interlacustrine Kingdoms. Dakar: CODESRIA.

Mamdami, Mahmood (2003 ). From Conquest to Consent as the Basis of State Formation: Refl ections on Rwanda. In: Gyandendra Pandey and Peter Geschiere (eds). Th e Forging of Nationhood. New Delhi: Manohar Publishers.

Melvern, L. (2000). People betrayed. The Role of the West in Rwanda’s Genocide. London: Zed Books Ltd.

Poland-McCormick, Helena (2000). I saw a nightmare. Violence and the construction of memory (Soweto, June 16, 1976). History and Theory. Vol 39, Nº 4. Middletown, Connecticut: Wesleyan University.