Miércoles, 23 de agosto, 2017
Red de jóvenes, Red de jóvenes

La trata de esclavos por más de cuatro siglos terminó desarrollando un sentimiento de menosprecio e inferioridad dentro de muchos pueblos. Aún existen poblaciones que por haber sido víctimas durante siglos de la trata de esclavos se sienten inferiores en comparación al resto del mundo, es decir, interiorizaron dicho discurso discriminatorio y esto marcó su historia a tal magnitud que hoy forma parte de su idiosincrasia.


A pesar del desarrollo de los derechos humanos y el pluralismo cultural aún hay cicatrices abiertas en la historia de la humanidad como la trata de esclavos.

Este cruel episodio de la historia de la humanidad tuvo características muy singulares, como su duración, la verdad hoy en día es difícil encontrar sentido a que tan cruel episodio durara 4 siglos; que la legitimidad de tratar a un ser humano como un animal fuera que su color de piel es distinto y que incluso algunos países organizaran jurídicamente esto, por ejemplo, el “código Negro”, el cual aseguraba que las personas de color de piel oscura ni siquiera debían ser consideradas personas.

El siglo XIX marcaría el principio del fin de la trata de esclavos, países como el Reino Unido, Estados Unidos y Dinamarca fueron garantes de los ideales reformistas para la abolición de la esclavitud y aunque su idealismo humanitario también permitió otro tipo injusticias su objetivo principal era erradicar la trata de esclavos por cuestiones morales.

La trata de esclavos por más de cuatro siglos terminó desarrollando un sentimiento de menosprecio e inferioridad dentro de muchos pueblos. Aún existen poblaciones que por haber sido víctimas durante siglos de la trata de esclavos se sienten inferiores en comparación al resto del mundo, es decir, interiorizaron dicho discurso discriminatorio y esto marcó su historia a tal magnitud que hoy forma parte de su idiosincrasia. Un ejemplo de esta interiorización de inferioridad es Benín, al que todavía hoy en las lenguas locales se refieren a este como “el mercado de esclavos”.

Además. esto tiene repercusiones ya que es uno de los factores que impide el desarrollo de muchos países en áfrica. De hecho, al mismo tiempo que la trata de esclavos favorecía al sistema mercantilista y a la expansión hegemónica europea condenaba a los países de donde provenían los esclavos a padecer.

La trata de esclavos no ha desaparecido sólo ha mutado con el tiempo, la discriminación, el racismo y la exclusión social son las secuelas de la trata de esclavos. Las secuelas las podemos observar en los discursos racistas de Hitler hace 80 años o Charlottesville hace una semana.

La Xenofobia contiene en sí comportamientos esclavistas pues consideran a los extranjeros como animales, gentuza, salvajes, que no merecen nada. Si analizamos con detenimiento no tiene mucha diferencia el cómo venían los esclavos en los botes negreros a cómo iban los judíos en los trenes a los campos de concentración, ambos venían atrapados "como animales" sin derecho a comer o ir al baño, solo por el capricho de alguien que debido a alguna diferencia étnica se sentía superior sin razón real alguna.

La práctica de la esclavitud y sus secuelas menoscaban la dignidad humana, llevan al ser humano a sentirse tan insignificante que adoptan la miseria como si la mereciera.

Este tipo de atrocidades les han dado nacimiento a muchos programas para la protección de los derechos humanos realizados tanto por la Organización de Naciones Unidas como por Muchas ONG como Amnistía Internacional. Sin embargo, no hemos podido dejar este comportamiento inhumano atrás.

La discriminación, el racismo y la exclusión social hoy siguen siendo un problema latente, sobre todo en los países que han recibido grandes cantidades de refugiados.

Es hora de evolucionar y dejar este penoso capítulo detrás de una vez por todas, ya no podemos pensar en que la superioridad o inferioridad de un grupo de personas se basa en su color de piel, su religión, sexo o estatus social. La verdad que tenemos que afrontar es que todos somos humanos, todos tenemos los mismos derechos, las mismas libertades, todos padecemos, todos sentimos y ninguno es inferior o superior a otro.

Cada uno de nosotros deberíamos afrontar nuestra propia responsabilidad con respecto al mundo. Es hora de que todos podamos convivir en este planeta en paz y respetando nuestras diferencias.


Por Simone García, activista de la Red de Jóvenes en la Universidad Santa María.