Jueves, 12 de abril, 2018
Barona, John

Esta es una reflexión sobre los organismos de seguridad que tenemos en Venezuela. Hemos sido tan indiferentes en las tareas que tenemos que cumplir todos, como la justicia, que dejamos que unos pocos monopolizaran el sistema y ahora han creado a través de ella un consorcio criminal 


Donde reina la anarquía no hace falta la noche para cometer fechorías.

 

   "Los Intocables", que así se hacen llamar, bien vestidos van en sus carruajes. Portan armas y una identificación siempre ausente. Actúan bajo la égida de la "justicia", el más grande anhelo del humano desde su expulsión. Son unos amantes de esa teoría criminológica donde el negro nace delincuente, donde el pobre tiende al delito, donde aquellos, faltos de conocimiento estético, visten de abigarrados colores, y esto ya los convierte en sospechosos de robo u homicidio.

   Son, "Los Intocables", magnánimos agricultores ¡como siembran! Nunca en terreno propio sino en libertad ajena. Es norma inviolable. 

   Son la "base" de un arduo aparataje que tiene por fin, nada más y nada menos, que la luz del mundo: Verdad y Justicia ¡y qué verdad y qué justicia!

   Hay unos libros de colores, que juntos, forman un obscuro arcoíris. Les llaman leyes dentro de todo este aparataje. Hay gente que las llevan, les llaman jueces, fiscales y defensores. Cada uno las usa a su manera, cosa extraña, porque hay principios rectores que obligan a estos sujetos a ir en busca de la luz. Obligación muy laxa al parecer.

   Tomado uno de estos negros, de estos pobres, de estos vestidos de abigarrados colores, es llevado a un obscuro recinto donde se busca la luz. Acá esperan dos sujetos, jueces y fiscales, el tercero llega. La más de las veces perdido. No es bienvenido. Es casi un ángel entre demonios. 

   Se presenta al negro, al pobre o al de abigarrados colores. Se presenta en los términos siguientes... Abreviemos el asunto: ¡es un maldito! Es decir, no es bueno para nada ni para nadie, no es agraciado, no merece vivir, no hay animal o bestia al que se le pueda parangonar.

   En estos casos se esperaría una discusión técnica de hechos, normas y paraderos. Sin embargo, la discusión es tan soez, tan fútil, tan indigna de persona alguna que, el negro, el pobre y el de abigarrados colores quedan aún más confusos. 

   En el obscuro recinto hay algunos objetos: sillas del más alto nivel de incomodidad y mesas con constantes réplicas medidas por Richter, así de chuecas están. En una se sienta el recién llegado y en otra el Judas de la justicia, ese que llamado a absolver o culpar, según investigación exhaustiva e imparcial, se arrogó el título de demonio. Lo extraño es que el "Árbol del Conocimiento", colocado entre ellos, se secó, y quedó el madero. El madero, que es el "Arbiter" (árbitro o juez mediador) tiene la sentencia sellada en su corteza ¡qué nombre para tan magro madero!

   Este negro... Este pobre... Este de abigarrados colores, cual gato, va con su mirada del timbo al tambo, según abra el hocico uno u otro de los sujetos.

   La luz: Verdad y Justicia, están detrás, en un rincón, como se les representa: ciegas, sordas, mudas, en estado vegetativo, cuadripléjicas, moribundas, amenazadas por enfermedad terminal en fase culminante. 

   Donde reina la anarquía, la desesperanza y el tedio son el pan del negro, del pobre y de aquel de abigarrados colores.

 

¡La desesperanza ha sido la perdición de multitudes! 

 

John Barona