Viernes, 25 de marzo, 2022

El 15 de febrero, la cámara baja del Parlamento ruso (Duma) pidió al presidente Vladimir Putin que reconociera la independencia de las denominadas “repúblicas populares” de Donetsk y Luhansk, territorios del este de Ucrania controlados por grupos armados respaldados por Rusia


La noche del 24 de febrero no podía dormir. Miraba Twitter sin parar y buscaba cualquier señal de que la invasión rusa que llevaba tiempo prediciéndose no sucedería. Esa noche fue de insomnio para mucha gente en Ucrania.

Cargaba la actualización de noticias una y otra vez, y los titulares eran cada vez más inquietantes: “se ha cerrado el espacio aéreo sobre todas las zonas de la frontera oriental ucraniana”; “el cuerpo diplomático ruso ha abandonado su embajada en Ucrania a toda prisa”. Iban pasando las horas. Tras actualizar una vez más las noticias, aparecieron unas imágenes grabadas con una cámara de vigilancia en las que se veían tanques cruzando uno de los puestos de control fronterizos y entrando a Ucrania. “Ha empezado”, decían uno tras otro los mensajes que llegaban.

Y apenas unos instantes después, se escuchó una gran explosión. En ese momento, todo el mundo en mi casa despertó conmocionado. En cuestión de minutos cogimos las dos mochilas que llevaban semanas preparadas “por si acaso”, le pusimos un abrigo de invierno a nuestra hija adormilada, aún en pijama, y dejamos nuestro pequeño hogar familiar sin mirar atrás. Era una mañana muy oscura y brumosa. En la mesa quedó intacto un te que había preparado de madrugada.

Aunque ya llevaba meses hablándose de la posibilidad de una invasión rusa, en Ucrania la gente creía que era imposible que se produjese. Y no sólo en Ucrania. Un acontecimiento así tendría consecuencias tremendas que afectarían no sólo a mi país, sino también a Rusia y a muchos otros países del mundo. Estaba claro que nadie iba a permitir que ocurriese.

Pese a las noticias inquietantes, durante meses en Ucrania la gente intentó seguir haciendo su vida. No obstante, ahora es fácil ver que todos los indicios de una invasión inminente estaban ahí; se habían desarrollado rápidamente.

En enero de 2022, Rusia desplazó a alrededor de 100.000 soldados y equipo militar a zonas próximas a la frontera con Ucrania. Se alegó que esas tropas estaban realizando ejercicios militares y pronto se marcharían para regresar a sus bases.

El 15 de febrero, la cámara baja del Parlamento ruso (Duma) pidió al presidente Vladimir Putin que reconociera la independencia de las denominadas “repúblicas populares” de Donetsk y Luhansk, territorios del este de Ucrania controlados por grupos armados respaldados por Rusia.

Menos de una semana después, Putin convocó y presidió una reunión televisada del Consejo de Seguridad ruso en la que pidió a los miembros del Consejo, uno por uno, que diesen su opinión sobre el reconocimiento de las “repúblicas”. Como era de esperar, todos los miembros expresaron su apoyo firme, aunque algunos, con visible nerviosismo.

Ese mismo día, 21 de febrero, Putin dio un discurso televisado en el que afirmó que Ucrania nunca había sido un Estado genuino, sino que había sido creado “artificialmente” en el siglo XX. Fue una alocución larga en la que rechazó la condición de nación ucraniana, culpó a la OTAN y prometió restaurar la “justicia histórica” para Rusia.

“¿Estaba declarando la guerra?”, se preguntaron algunos periodistas extranjeros en Twitter tras escuchar sus palabras. La respuesta no tardó en llegar.

El 24 de febrero dio comienzo la invasión rusa con el bombardeo de instalaciones militares en muchos lugares de Ucrania y la entrada de tropas rusas que cruzaron la frontera por el norte y el este de Ucrania y llegaron desde el sur a través de la Crimea ocupada. El Mar Negro fue bloqueado por buques rusos.

Durante el mes pasado, las tropas rusas han violado —y continúan violando— repetidamente el derecho internacional humanitario (las “leyes de la guerra”), con el lanzamiento sistemático de ataques indiscriminados que se han cobrado vidas y provocado heridos entre la población civil y han destruido viviendas, hospitales, escuelas y otras infraestructuras civiles.

La magnitud y el impacto de esta guerra en Europa no tiene precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Cientos —y, con toda probabilidad, miles— de civiles han muerto o resultados heridos en ataques de las fuerzas rusas. Más de 10 millones de personas han quedado desplazadas, de las que más de 3 han huido de Ucrania a otros países.

Aunque al principio Putin sostuvo que el ejército ruso sólo atacaba infraestructuras militares, esto nunca resultó ser verdad.

A las pocas horas de la invasión, personal de Amnistía Internacional verificó informes e imágenes de vídeo en las que se veían ataques indiscriminados en todo el país. Se documentaron numerosos ataques contra hospitales y escuelas. Las tropas rusas utilizaban armas explosivas de efectos imprecisos, como los misiles balísticos, y armas prohibidas, como las bombas de racimo. Las fuerzas rusas llevaron a cabo ataques que destruyeron edificios de viviendas, escuelas, jardines de infancia, centros médicos y tiendas de alimentación.

Se están conociendo nuevos informes que señalan que las tropas rusas han cometido otros crímenes de guerra.

Si han visto las noticias, sabrán que ciudades grandes como Járkov, Kiev y Mariúpol, así como decenas de pequeñas localidades y pueblos de Ucrania, están bajo ataque incesante, y sus desesperados residentes se encuentran entre dos fuegos o bajo asedio de las fuerzas atacantes rusas.

Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania, situada a unos 30 km de la frontera con Rusia, está siendo constantemente bombardeada. Hay decenas de personas muertas y heridas, la infraestructura civil está en su mayor parte dañada, y la población lucha por sobrevivir en condiciones insoportables.

Varias localidades cercanas a Kiev, como Irpín y Bucha, eran zonas tranquilas y pintorescas a las que se mudaban familias jóvenes. Ahora se encuentran prácticamente destruidas, al borde de la aniquilación, con centenares de muertos y miles de personas desplazadas. Esos barrios residenciales tranquilos son ahora una catástrofe humanitaria.

La ciudad de Izium, en el este de Ucrania, era una localidad de más de 40.000 habitantes. Tras sufrir intensos daños, ha quedado prácticamente devastada.

Según testimonios recogidos por Amnistía Internacional, la población de Izium no tiene acceso a electricidad, gas ni calefacción. Tampoco a comunicación, que ha quedado interrumpida, ni a saneamiento ni agua potable.

La gente que ha logrado huir comparte sus historias.

Tetyana, que se cobijó en un refugio de la ciudad con su bebé de 5 meses, dijo: “Cuando nos marchamos [evacuados], quedaban 3 envases de 5 litros [de agua] para 55 personas. No sé si van a sobrevivir”.

Natalia, que vivía en una vivienda privada, dijo: “Pasamos seis días en un sótano. Es muy pequeño, tienes que estar de pie, es imposible acostarse. En cuanto había una pausa [en los ataques], corríamos afuera y conseguíamos algunos huevos de las gallinas […]. Nuestro hijo estaba hambriento, pues apenas comíamos. Lo único que teníamos era restos de pan seco, las manzanas que estaban en el sótano, encurtidos en conserva y mermelada […] No podíamos obtener más comida en ninguna parte; no podíamos salir de nuestra casa. Todo estaba bajo el fuego”.

La guerra de Rusia contra Ucrania ha traído la destrucción a nuestras vidas, ciudades y familias, y sepultado las esperanzas y los sueños de mucha gente.

No obstante, la destrucción ordenada por Putin no sólo está arrasando Ucrania y a la población ucraniana. Arrasa también los sueños y las aspiraciones de muchas personas rusas.

A medida que aumentan la crisis alimentaria y los daños ambientales, esta guerra también destruye la vida de otras personas mucho más allá de estos dos países. Cada vez más gente se ve obligada a abandonar su hogar en busca de una vida más segura.

No obstante, como ocurrió durante la revolución del Maidán, la sociedad ucraniana demuestra una asombrosa resiliencia y capacidad de unirse e infundir esperanza en la horas más sombrías.

Las organizaciones de la sociedad civil, que han sido la columna vertebral de la sociedad ucraniana durante años, están centradas en ayudar a la población civil: organizan evaluaciones, reciben la ayuda humanitaria de otros países e intentan distribuirla a las zonas afectadas. Y lo hacen bajo los bombardeos constantes, arriesgando la vida.

La directora de una de las ONG de base que trabajan en el este de Ucrania y sus colegas están evacuando a civiles de las regiones más afectadas. Cada día publica una nota en Facebook en la que dice: “Estamos vivos. Trabajando.”

Aunque las numerosas vidas perdidas en esta guerra serán una herida abierta para la población ucraniana y otras personas durante décadas, mientras que los y las activistas, el personal voluntario y las organizaciones de la sociedad civil estén vivos y trabajando, la restauración de Ucrania, la paz y los derechos humanos es posible.

Sigo albergando las esperanza de regresar a mi casa y encontrarme con ese te frío en la mesa.