Miércoles, 03 de mayo, 2017


En la calle, uno de los mayores desafíos en el psicológico. Por terribles que sean las condiciones, mientras que una dieta básica, agua potable y cobijo, como sobrevivir físicamente. Sin embargo, es la sensación de desesperación y de lo que puede ser mentalmente paralizante, e incluso mortal.

Por eso, cuando supimos que se había lanzado una campaña global para liberarnos, varios meses después de nuestra detención, la situación cambió por completo.

Habíamos sido detenidos en 2013 en Egipto mientras trabajábamos como periodistas para Al Yazira, y habíamos sido acusados de una serie de delitos de motivación política relacionados con nuestro trabajo. En aquellas celdas frías y sucias, sin tener idea de lo que nos deparaba el futuro, no había muchos pensamientos positivos a los que aferrarse. Por eso significó tanto para nosotros cuando se filtraron las primeras noticias de que la campaña #FreeAJStaff estaba cobrando un impulso mundial.

Además de recordarnos que no habíamos sido olvidados, nos hizo darnos cuenta de que formábamos parte de una causa mucho mayor que nosotros mismos. Nos ayudó a dar sentido a aquellos largos días y nos levantó el ánimo cuando nos veníamos abajo. Y, lo más importante: en última instancia, ayudó a poner fin a nuestro encarcelamiento.

Una cantidad extraordinaria de personas de todo el mundo se habían unido para pedir nuestra libertad porque reconocían la injusticia de lo que nos estaba sucediendo. Veían que éramos víctimas de una campaña para silenciar a la prensa, y se alzaron para apoyarnos. ¡Y funcionó!

Ahora necesitamos urgentemente utilizar esa energía una vez más.

En Turquía se está desarrollando lentamente una tragedia. El periodismo independiente está siendo pisoteado sistemáticamente. Las puertas de las prisiones se cierran, los medios de comunicación se clausuran, y un inquietante silencio cae sobre lo que en tiempos fue un panorama informativo dinámico y diverso.

Desde el intento fallido de golpe de Estado de julio de 2016, el presidente Recep Tayyip Erdoğan ha emprendido una represión de la libertad de expresión tan severa que el periodismo independiente está muriendo. Al menos 156 medios de comunicación han sido cerrados, y se calcula que 2.500 periodistas y otros trabajadores de medios de comunicación han perdido su empleo. Yonca Şık, cuyo esposo, el periodista de investigación Ahmet, permanece bajo custodia desde diciembre, ha declarado: “El encarcelamiento de Ahmet es un mensaje a otros: hablad si os atrevéis”.

Resulta doloroso ver todas estas medidas contra el periodismo independiente. Pero lo que más duele son las historias de los más de 120 trabajadores de medios de comunicación detenidos tras el intento de golpe de Estado y recluidos en prisión preventiva.

En la conmoción inicial que siguió a nuestras propias detenciones en Egipto, pensamos que se había cometido un error terrible que rápidamente se corregiría. Jamás habríamos imaginado que pasaríamos cientos de días en prisión en espera de juicio, en condiciones terribles.

Las prisiones egipcias en las que nos consumíamos estaban desbordadas de personas que se oponían o se enfrentaban al gobierno. Comprendemos perfectamente lo que es estar en una cárcel turca, y cómo deben sentirse nuestros colegas. 

Cuando no estábamos hacinados en celdas con tantos hombres más que no podíamos ni sentarnos, estábamos en régimen de aislamiento, donde temíamos perder la cabeza. Es muy difícil describir la soledad y el aburrimiento.

Aunque la situación a la que se enfrentan los periodistas encarcelados en Turquía quizá no sea idéntica a la nuestra, comprendemos su desesperación y su frustración. Lo que hace especialmente siniestra la situación de Turquía es el hecho de que el gobierno turco sigue negando que se esté encarcelando a periodistas por su trabajo. Las historias y las identidades de estas personas se están borrando. Por eso es tan fundamental que los que estamos fuera nos alcemos en su defensa.

#FreeAJStaff empezó como una pequeña campaña en Twitter pero, en unas semanas, se había convertido en un movimiento global. Sacó lo mejor de las redes sociales: la urgencia, el impulso creciente, la defensa de una causa que, de lo contrario, podría haber sido aplastada. Al final, consiguió más de tres mil millones de reacciones.

En los momentos más sombríos de nuestro encarcelamiento —cuando nos sentíamos encerrados en una batalla sin esperanzas con la maquinaria de la justicia, cuando habíamos olvidado la imagen de una puesta de sol—, a veces parecía que habíamos dejado de existir. Habría sido fácil desvanecerse y desaparecer. Lo que nos mantuvo en marcha fue el saber que estábamos en la mente de la gente.

El ser plenamente conscientes de lo que aquella campaña significó para nosotros en nuestros momentos de necesidad es lo que nos hace respaldar la campaña #FreeTurkeyMedia. Queremos que todos los periodistas que se consumen entre rejas en Turquía sepan que estamos con ellos. Queremos que sepan que los días pasados allí, por espantosos que sean, por aterradores que resulten, no son en vano.

Están en la primera línea de la libertad de expresión: el derecho del público a saber y la importancia de una prensa libre en una sociedad que funcione, no sólo en Turquía, sino en todo el mundo.

A veces no es fácil apreciar algo hasta que te lo arrebatan. Pero no hay que olvidarlo: una sociedad en la que la gente no tiene derecho a informar libremente es una sociedad en peligro. Sin periodismo independiente, no habría un debate público libre, no se haría rendir cuentas a los poderosos, no se vigilarían ni se investigarían los abusos contra los derechos humanos.

La detención de periodistas tiene un efecto disuasorio para todas las personas, hace que tengan miedo de hablar. Por eso, aunque #FreeTurkeyMedia trata sobre la excarcelación de periodistas, también trata sobre la creación de un futuro mejor para los derechos humanos en Turquía y sobre la transmisión de un mensaje claro a todos los que, en el mundo, tratan de silenciar la libertad de expresión.

Durante más de 400 días entre rejas en Egipto, nos dio fuerza saber que había gente en todo el mundo haciendo campaña por nuestra liberación. Si estuvo bien hablar en nuestro favor y pedir nuestra libertad con #FreeAJStaff, está bien hablar en favor de todos los periodistas encarcelados simplemente por hacer su trabajo. Es por eso por lo que nos hemos unido al llamamiento de #FreeTurkeyMedia.

 

Por qué debemos apoyar a dibujantes y periodistas encarcelados en Turquía

Desde el atentado contra la sede de la revista Charlie Hebdo en París de enero de 2015, los dibujantes se han convertido en muchos sentidos en un símbolo de la defensa del inalienable derecho a la libertad de expresión.

Su cometido es satirizar y burlarse de las ideas y valores de otros, incluso insultarlos. Y por eso serán uno de los primeros blancos de las iras de los sectores más sensibles de la sociedad, a veces con razón, como podría ocurrir con los grupos minoritarios. Sin embargo, si quienes están en el poder son hipersusceptibles, los caricaturistas pueden estar en peligro. Se los ha calificado a menudo de “canarios en la mina de carbón”, en el sentido de que cuando los viñetistas pueden satirizar al gobierno sin interrupción, es garantía de que tienes la suerte de vivir en una democracia (relativamente) saludable. Si son censurados, podría ser el primer síntoma de un problema más serio. Esto fue lo que pasó con Turquía, su líder Recep Tayyip Erdoğan y el celebrado caricaturista Musa Kart.

Los problemas de Kart empezaron en 2005, cuando el primer ministro Erdoğan lo demandó a él y al diario Cumhuriyet por una viñeta de 2004 en la que representaba al político como un gatito atrapado en un ovillo de lana. Erdoğan ganó la demanda por “humillación pública” y el dibujante fue condenado a pagar una indemnización de menor cuantía por daños patrimoniales. Sin embargo, el Tribunal Supremo anuló posteriormente la resolución, devolviendo el caso al tribunal inferior, que desestimó la demanda.

En 2014, tras la famosa aparición de Erdoğan como un holograma gigante en un acto público, Kart dibujó otra viñeta en la que lo mostraba como una frágil figura que cerraba los ojos ante las actividades ilícitas. Erdoğan lo llevó ante los tribunales al año siguiente, y esta vez solicitó nueve años de prisión por “insultar[lo] a través de la publicación y calumnia”.  La demanda apenas había llegado a juicio cuando se desmoronó, y los jueces la desestimaron.  Kart se había salido de nuevo con la suya.

Viñetistas de todo el mundo se sentaron ante sus mesas para solidarizarse con Kart y la etiqueta #caricatureerdogan se convirtió en tendencia en las redes sociales, sembrando quizá las semillas del conflicto aparentemente permanente del líder turco con Twitter.

En el periodo siguiente, la represión de las personas acusadas de insultar y ofender al presidente se amplió hasta alcanzar enormes proporciones. Se ha informado ampliamente de que, en un momento determinado, se estaban investigando casi 2.000 denuncias individuales contra escritores y escritoras, humoristas, periodistas, dibujantes, poetas y otras personas. Incluso se presionó a gobiernos extranjeros como los de Alemania y los Países Bajos para que cooperasen.

Después llegó el verano de 2016, un golpe de Estado fallido y, tras él, un presunto gesto de suprema generosidad. El presidente Erdoğan declaró: “Por una vez solamente, voy a perdonar y a retirar todas las denuncias contra las numerosas faltas de respeto e insultos que he recibido. Creo que si no aprovechamos correctamente esta oportunidad, se dará a la gente el derecho a agarrarnos del cuello. Creo que todos los sectores de la sociedad, los políticos ante todo, se comportarán con arreglo a esta nueva realidad, esta nueva situación delicada que tenemos ante nosotros.”

Lo que quería decir el presidente con aprovechar correctamente la oportunidad resultó ser una peligrosa deriva hacia el autoritarismo. Mucha gente en Turquía vio que se estaba usando el golpe como pretexto para relacionar la oposición por principios con la traición. En la masiva oleada de represión que siguió, se ha encarcelado a 47.000 personas y más de 100.000 empleados y empleadas del sector público han sido despedidos sumariamente de sus puestos. Entre las personas cuyas experiencias han sido comparadas con una “muerte civil” hay intelectuales, docentes, jueces, fiscales, funcionarios locales, policías y personal del ejército. Los profesionales del periodismo y los trabajadores de los medios de comunicación no se libraron: hay más de 120 personas de todos los medios disidentes en prisión, algunas desde hace ocho meses, pendientes de ser juzgadas por algunos de los cargos más graves en aplicación de imprecisas leyes antiterroristas. De hecho, se calcula que de todos los periodistas encarcelados en el mundo, un tercio está las prisiones turcas.

Entre ellos están Musa Kart y 10 de sus colegas de Cumhuriyet. Tras un asalto de la policía a su domicilio el 31 de octubre de 2016, Kart se presentó en una comisaría de policía y fue detenido.  Tanto él como sus colegas permanecieron más de cinco meses detenidos sin cargos.  Finalmente, el 4 de abril, apenas unos días antes de que la ciudadanía turca votase en referéndum a favor de dar al presidente Erdoğan poderes aún más amplios, los abogados del gobierno los acusaron formalmente de “abuso de confianza” y de “ayudar a una organización terrorista armada sin pertenecer a ella”, que conllevan una pena de hasta 29 años de prisión. El acta de acusación formal de 306 páginas no contiene ningún indicio fehaciente que respalde estos cargos. La primera vista del procedimiento está prevista para el 24 de julio, fecha en la que Musa Kart y sus colegas habrán estado casi nueve meses en prisión, lo que es un castigo en sí mismo.

Musa Kart no es ni mucho menos el único dibujante, miembro de la plantilla de un periódico o persona crítica con el gobierno que ha sido represaliado. Pero su historia es un ejemplo claro e instructivo porque, antes de la actual represión, el presidente Erdoğan había tratado infructuosamente, una y otra vez, de silenciarlo en el curso de un decenio.

La gran ironía de las caricaturas es que la actividad de tomarse la política con menos seriedad puede tener unas consecuencias tan graves para quien las dibuja. Los viñetistas suelen rechazar la insinuación de que son en cierto modo héroes o heroínas, pero no se puede negar la valentía de colegas como Musa Kart. Su situación había inspirado ya a otros dibujantes y volvió a inspirarlos este año, con la oleada de caricaturas, tan conmovedoras como indignadas, enviadas a la campaña  #FreeTurkeyMedia organizada por Amnistía Internacional.

En el Día Mundial de la Libertad de Prensa debemos recordar y rendir homenaje a Musa Kart, un refinado caricaturista profesional cuyo trabajo muestra una actitud satírica imparcial. Es un observador confiable del gobierno turco y, como tal, un amigo de confianza de su pueblo. Pedimos su libertad inmediata y la de todos los periodistas encarcelados en Turquía solo por hacer su trabajo.