Jueves, 22 de febrero, 2018

De Caracas a Varsovia, de Harare a Washington D.C., de Moscú a Teherán, la gente se echó a la calle en demanda de sus derechos frente a la mala gobernanza, el abuso generalizado de poder y la creciente represión de las libertades. Para los líderes que han menoscabado sin piedad esos derechos, debería ser una señal de alarma el mensaje de que no atender las necesidades de la gente tiene consecuencias políticas


Como señaló una vez, con gran elocuencia, una célebre presa de conciencia de Amnistía Internacional, “los seres humanos necesitan ser libres, y por mucho que accedan a estar encerrados y oprimidos llegará un momento en que digan: ‘ya está’”.

2017 fue un año en el que muchas personas oprimidas de todo el planeta hicieron al unísono esa desafiante declaración: Ya está".

Fue el año en que, en respuesta a la falta de un liderazgo basado en principios en el panorama mundial, millones de personas decidieron arreglar las cosas por sí mismas.

De Caracas a Varsovia, de Harare a Washington D.C., de Moscú a Teherán, la gente se echó a la calle en demanda de sus derechos frente a la mala gobernanza, el abuso generalizado de poder y la creciente represión de las libertades.

Para los líderes que han menoscabado sin piedad esos derechos, debería ser una señal de alarma el mensaje de que no atender las necesidades de la gente tiene consecuencias políticas.

Un ejemplo de ello es el caso Polonia, donde los intentos del gobierno de aumentar su control del poder judicial, las ONG y los medios de comunicación toparon con la oposición masiva de miles de personas que se sumaron a marchas de protesta para intentar obligar a las autoridades a dar marcha atrás. Y, en parte, se consiguió, pues el presidente vetó en el último momento dos represivas propuestas de reforma judicial.

Pero la lucha continúa. Por ejemplo, para quienes participen en protestas, que corren todavía riesgo de procesamiento por ello, y para otras personas que continúan expuestas a ser detenidas por alzar la voz.

En Hungría se ha reducido aún más el espacio para la protesta. Junto con un estado de vigilancia en rápida expansión y una insensibilidad tremenda hacia las personas refugiadas, con el régimen cada vez más represivo del primer ministro Viktor Orbán se ha producido una alarmante represión de las voces independientes.

Las ONG, incluida Amnistía Internacional, han sufrido en especial las consecuencias de medidas draconianas, adoptadas con objeto de restringir su trabajo, e incluso acabar son su actividad.

La retórica amedrentadora de Orbán era representativa de una alarmante tendencia mundial a la intolerancia y la discriminación, que se puso de manifiesto en enero con la decisión del gobierno de Estados Unidos de prohibir la entrada en el país a las personas de varios países de mayoría musulmana.

En medio de un vacío de liderazgo mundial en materia de derechos humanos, quedó en manos de la gente salir en defensa de la justicia. Y cuando salió, elevó el coste político de las acciones represivas, como mostraron las protestas de Polonia.

En ese año de resistencia, surgieron brotes de esperanza en lugares inesperados, a medida que la reacción contra las políticas regresivas conseguía importantes victorias para los derechos humanos,  entre ellas el levantamiento de la prohibición total del aborto en Chile, el avance hacia el matrimonio igualitario en Taiwán y el logro de una victoria histórica contra los desalojos forzosos en Abuya (Nigeria).

Recientemente hemos visto también la caída de dos divisivos líderes africanos, Robert Mugabe, en Zimbabue, y Jacob Zuma, en Sudáfrica, a los que la presión ha obligado a dejar el cargo tras años de agitación y de protestas. La dimisión de Hailemariam Desalegn en Etiopía, semanas después de que anunciara la excarcelación de miles de personas, ha suscitado esperanzas de cambio positivo también en este país. El tiempo dirá si los nuevos líderes de estos países harán verdaderamente reformas en materia de derechos humanos.

Gran número de activistas, tanto noveles como ya avezados, encontraron estímulo para protestar en favor de los derechos de las mujeres, desde el movimiento “Ni Una Menos” de América Latina, que denunció la violencia contra las mujeres y las niñas, hasta el fenómeno #YoTambién que se propagó por las redes sociales.

Este resurgimiento del activismo mostró la importancia de que las personas defiendan y promuevan los valores que tanto ha costado ganar, a la vez que reivindican sus derechos económicos y sociales.

En palabras de esa elocuente presa de conciencia de Amnistía Internacional, “de pronto se ven haciendo algo que jamás pensaron que iban a hacer, simplemente porque el instinto humano les hace volver el rostro hacia la libertad”.

La cita es de Aung San Suu Kyi, que puso rostro durante años a lucha por los derechos humanos en Myanmar, pero cuyo compromiso con la justicia quedó seriamente en entredicho en 2017. El hecho de que no se pronunciara contra la campaña de limpieza étnica emprendida por el ejército contra la población rohingya fue especialmente aleccionador en 2017, en tanto que recordatorio de que no podemos depender únicamente de nuestros lideres para proteger nuestros derechos humanos.

Al darse cuenta de ello, personas de todo el mundo se dieron unas a otras fuerza y unidad y crearon nuevas formas de organizarse y resistir. Defendiendo a las personas que sufren injusticia y opresión, uniéndonos a ellas para decir “ya está”, todos y todas podemos formar parte de esta poderosas resistencia.