Viernes, 28 de julio, 2017
Buada Blondell , Gabriela

“Ahora mismo hay demasiado peligro en la calle y prefiero buscar la comida que dejan los buhoneros para cocinarle a los niños y a mi mamá, así sea un poco de auyama o vegetales sancochados”. Dice que si trabajara tampoco le alcanzaría ni para un kilo de tomate porque ya los venden a 6 mil bolívares y ella cobra 5 mil. "No protesto por falta de comida porque los colectivos de la cuadra seguro me matan, por eso prefiero buscar en la basura, además siempre consigo algo que darle a mi familia".


En el oeste de la ciudad capital, el alto costo de la canasta básica es notable hasta el punto de observar en cada 300 metros al menos a una persona comer de la basura. Un conteo realizado en esta zona durante la última semana del conflicto político y social que arropa a los venezolanos.

“En Catia casi nunca pasa nada, los colectivos no te dejan ni protestar porque pasean con sus armas en las motos por las bodegas o en el mercado popular”, eso era lo que comentaba Flor Mendoza desde su kiosco ubicado en el Bulevar de Plaza Sucre cerca del Centro Comercial El Lago, mientras apartaba restos de la comida que había dejado su familia la noche anterior para entregárselo a Marisela “casi sin tocar”.

Pareciera realidad que las protestas por la falta de comida y medicina en la mayoría de los sectores populares no existe, pero lo que sucede es que las largas colas para comprar pan una vez al día, los precios excesivos de los productos de primera necesidad que solo son vendidos por los buhoneros o los llamados “bachaqueros” y la gran cantidad de residentes de otras zonas de Caracas que compran en Catia para conseguir mejores precios hace reflexionar que hurgar en la basura es más seguro que cerrar una calle o cacerolear.

La señora Flor comenta que Marisela todavía siente pena al ir a buscar la bolsita que le tiene preparada a diario. “Ella revisaba todos los días la basura que dejaban los buhoneros en las esquinas donde venden las verduras, algunas veces estaba acompañada de sus dos hijos pequeños y al comenzar las protestas venía hasta dos veces al día. Logré hablar con ella y me enteré que limpiaba algunas casas de familias pero desde febrero no la llaman para trabajar. Es una mujer joven que prefiere hacer eso para comer y no pedir en las calles, yo trato de ayudarle en lo que puedo porque estoy segura que Dios me lo recompensará”.

Marisela tiene 28 años, es madre soltera y vive con su mamá en los Magallanes de Catia. Tiene dos niños, uno de 6 y otro de 5 años y hace cuatro meses comenzó a buscar comida en la basura porque probó la opción de pedir en el metro para poder mantenerse pero dice que eso es lo peor que hay, ya que afirma que la gente critica mucho y nunca le ha gustado exponer a sus hijos.

“Ahora mismo hay demasiado peligro en la calle y prefiero buscar la comida que dejan los buhoneros para cocinarle a los niños y a mi mamá, así sea un poco de auyama o vegetales sancochados”. Dice que si trabajara tampoco le alcanzaría ni para un kilo de tomate porque ya los venden a 6 mil bolívares y ella cobra 5 mil. "No protesto por falta de comida porque los colectivos de la cuadra seguro me matan, por eso prefiero buscar en la basura, además siempre consigo algo que darle a mi familia".

Llegando a la estación del metro de Plaza Sucre, aproximadamente a 600 metros después del kiosco de Flor, se encuentra una familia entera y a plena luz del día busca algo para almorzar.

Sacan tiras de pellejos de pollo y restos de carne cruda seleccionando todo con cuidado. La mujer pide a las dos niñas más grandes que le pasen las bolsas para sacar la carne y el pollo, mientras el hombre y el niño cuidan de ellas como si supieran que alguien más vendría a hacer lo mismo o a quitarles lo que encontraron. Ella tenía la mirada perdida y parecía estar embarazada porque con dificultad el abultado vientre la dejaba agacharse para poner las sobras de comida en una bolsita y las de vegetales o frutas descompuestas en otra más grande.

No queda más opción para sobrevivir

En Venezuela, va creciendo el número de personas que hurgan en la basuras y esto ha sido cuantificado como una “estrategia de sobrevivencia” según estudio de la Universidad Católica Andrés Bello.

La verdad es que ya no solo en las zonas de clase media se ven familias hurgando los basureros, sino que en los sectores populares ya se identifica la práctica en familia de realizar la selección de los desperdicios que se pueden comer y llevarlos y cocinarlos, hasta los que encuentran algo para ser ingerido en ese mismo lugar. Diariamente se hace más común ver en los sectores populares como la gente se alimenta con lo que antes era considerado basura. Los restos de comida son preciados para estas personas que deben sobrevivir a toda costa.

Venezuela es un país rico en petróleo, pero sigue inmerso en la peor crisis alimentaria de su historia provocada por la devastada economía, el éxodo de la inversión empresarial, el evidente desorden cambiario y la creciente inflación diaria que pareciera irreal estimar a dónde podría llegar. Todo escasea y el pan que no podía faltar en la mesa al menos en una de las tres comidas que se hacían en las familias es un lujo para quienes viven en el este o en el oeste de la ciudad. Los altos costos de los alimentos son impagables y algunas personas realizan comparaciones de los bienes que compraban hace cuatro años atrás.

“Yo recuerdo que con los 40 mil bolívares con los que hoy compro dos kilos de carne, hace 4 años logré comprar una moto para mi hijo mayor cuando se graduó de ingeniero” decía la señora Flor añorando esos tiempos.       

Hoy, en las mesas de todos los hogares venezolanos seguramente falta la carne, leche, arroz y hasta la tradicional arepa. Ni las personas con más de cuatro salarios mínimos tienen la posibilidad de comprar alimentos, pues lo poco que se consigue tiene precios muy elevados.