Martes, 23 de enero, 2018
Fernandez, Jackeline

Si pudiéramos recomendar algo a quienes se encargan de estructurar las políticas económicas de Bolivia y de todos los demás países latinoamericanos que están por debajo del promedio de los Mejores Empleos, sin duda sería: rompan el techo de cristal!!.


La lucha por la igualdad entre mujeres y hombres ha abarcado gran parte de la historia de la humanidad. Los paradigmas y estigmas asociados a la naturaleza femenina, han sido poco a poco sustituidos por el reconocimiento de la dignidad, como lazo indisoluble que hermana a todas las personas en el mundo sin distinción alguna.

Uno de los pasos más importantes en el recorrido, ha sido la identificación de las situaciones que de facto se erigen como evidencia de que la desigualdad existe. Ponerle nombre al conjunto de acciones u omisiones que perpetúan dinámicas machistas, y que simplemente se han asumido como “normales” a lo largo de la historia, nos permite individualizar los factores que determinan su existencia y formular estrategias para combatirlos y erradicarlos.

Uno de esos factores es sin duda el llamado techo de cristal.

Techo de cristal, empleos de calidad y desarrollo

De acuerdo a expertos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), las mujeres representan un 51,7%  de la población económicamente activa en América Latina. Estos mismos expertos atribuyen a la incorporación femenina en el mercado laboral, el crecimiento económico de la región durante los últimos 20 años. Sin embargo, este gran paso no ocurre alejado de los estereotipos y las limitaciones históricas a las que han debido enfrentarse las mujeres. El mayor porcentaje de la economía informal es desarrollada por mujeres, esto implica condiciones laborales inseguras e inestables, con una productividad variable y sin beneficios sociales.

En el informe del BID Índice de Mejores Trabajos (2015), la realidad  sobre la discriminación laboral de las mujeres, se nos muestra de manera clara. La brecha de género en cuanto al acceso a empleos de calidad, que permitan mejorar la calidad de vida y garanticen condiciones dignas, está presente en los diecisiete países reflejados en el análisis (Venezuela no está incluida). En el país con mejores empleos, Uruguay, la brecha es menor. Y en Guatemala, donde las condiciones laborales en general son consideradas por debajo del índice de calidad, la brecha es mayor.

Este Índice incluye a personas entre 15 y 64 años, y “mide cómo son los empleos de los países a través de dos dimensiones: cantidad y calidad. La dimensión de cantidad está compuesta a su vez por dos indicadores: la tasa de participación laboral y la de ocupación. La de calidad, por su parte, se construye con las tasas de formalidad y de trabajos con salario suficiente para superar la pobreza. Así, el índice es la media ponderada de estos cuatro indicadores* y sus puntuaciones van de 0 a 100. Para que un país obtenga 100 puntos, todas las personas que participan en la fuerza laboral deben estar empleadas con un trabajo formal que les aporte un salario suficiente”[1]

Los datos que conforman este Índice provienen de las estadísticas publicadas por los mismos países, y nos permiten conocer el avance de los últimos años en la región en materia laboral. En  este sentido, la reducción de la brecha de género durante los últimos 7 años ha sido apenas de 6 décimas (2010-2017). La diferencia más importante entre los países situados en ambos extremos del índice no es de cantidad, sino de calidad. Los empleos dignos son comunes en Uruguay y Chile, mas no en Guatemala, Honduras y El Salvador. La calidad de vida relacionada con el trabajo es una realidad. Pero en  estos tres países no existe una relación proporcional entre esfuerzo y resultado, debido entre otros factores, a la inestabilidad social y económica.

Ahora bien, como población tradicionalmente vulnerable, las mujeres asumen la peor parte en ambos casos. Si las condiciones de empleabilidad son óptimas, se nos permite acceder a espacios vedados en otros contextos. Si por el contrario, la dinámica es de exclusión y carencia, se exacerban las características preexistentes tradicionales.

Tomemos a Bolivia como ejemplo. Si bien está situada por debajo del promedio de la región, con un 55,49% (el promedio es de 57,12), podemos inferir que va por buen camino. Sin embargo, Manuel Urquidi, experto del BID, en un reciente escrito señalaba lo siguiente: “En las empresas que consideramos mejores en cuanto a la calidad del empleo que ofrecen, vemos que hay menos mujeres contratadas que hombres. Esta diferencia se hace especialmente llamativa en los puestos gerenciales, donde los hombres son abrumadora mayoría (78%). ¿Y dónde hay más mujeres? En las funciones administrativas, donde hay mayor concentración de trabajadoras (el 58% del total), los hombres también son superiores en número (51%)”. Esta afirmación la hizo al analizar los datos aportados en una Encuesta Laboral efectuada en Bolivia. Y es el mejor ejemplo de lo que llamamos “techo de cristal”.

El término ‘techo de cristal’, o ‘Glass Ceiling Barriers’ surge en 1986, en un artículo publicado en el Wall Street Journal donde se hacía referencia a “las barreras invisibles a las que se ven expuestas las mujeres trabajadoras altamente calificadas que les impedía alcanzar los niveles jerárquicos más altos en el mundo de los negocios, independientemente de sus logros y méritos[2]

En términos generales, cuando hablamos de techo de cristal nos estamos refiriendo a “una superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de traspasar, que nos impide seguir avanzando. Su carácter de invisibilidad viene dado por el hecho de que no existen leyes ni dispositivos sociales establecidos ni códigos visibles que impongan a las mujeres semejante limitación, sino que está construido sobre la base de otros rasgos que por su invisibilidad son difíciles de detectar”, según lo que señala la Doctora Mabel Burín, especialista en Estudios de Género y Salud Mental y Directora del Área de Género y Subjetividad de la Universidad Hebrea Argentina Bar Ilan, en su libro El Techo de Cristal.

Razones tan absurdas como el embarazo, son utilizadas por algunos empleadores para justificar la desigualdad en cuanto a la contratación de hombres y mujeres. Otra es la “obligación” casi exclusiva que tienen las mujeres en cuanto a las labores de cuidado, puesto que algunos consideran que el tiempo dedicado a la familia le resta “dedicación” al trabajo, mientras los hombres, al contar con el soporte de una mujer que se dedica a las labores del hogar (trabaje o no), tienen más libertad en cuanto al uso del tiempo. Mitos todos que sin duda continúan erosionando el camino de las mujeres hacia puestos con mayor correlación entre dedicación y calidad de vida.

Si pudiéramos recomendar algo a quienes se encargan de estructurar las políticas económicas de Bolivia y de todos los demás países latinoamericanos que están por debajo del promedio de los Mejores Empleos, sin duda sería: rompan el techo de cristal!!.

Fuentes:

 https://blogs.iadb.org/trabajo/2016/03/08/cuantas-brechas-esconde-la-brecha-laboral-femenina/

https://blogs.iadb.org/trabajo/2017/12/01/mujeres-en-america-latina-menos-y-peores-trabajos/

https://blogs.iadb.org/trabajo/2015/06/25/en-la-empresa-donde-estan-las-mujeres/

https://blogs.iadb.org/trabajo/2015/04/06/buscar-la-igualdad-sin-perjudicar-las-mujeres/

http://repositorio.ual.es/bitstream/handle/10835/3696/2487_EL%20TECHO%20DE%20CRISTAL.pdf?sequence=1&isAllowed=y

https://mejorestrabajos.iadb.org/es/indice