Jueves, 27 de diciembre, 2018

En el distrito de Sinyar residía gran parte de la comunidad yazidí antes de 2014. También fue el lugar donde el Estado Islámico cometió muchos de sus crímenes más brutales. Sus combatientes capturaron y mataron a los hombres y los muchachos que no habían podido refugiarse en las montañas del Sinyar


A medida que nos vamos acercando, la desolada finca, situada a la sombra de las laderas de la cordillera de Sinyar, en el noroeste de Irak, tiene el mismo aspecto que muchas otras de la zona: una vivienda abandonada, unos terrenos yermos. Un vecino se acerca, curioso ante nuestra visita, y explica que el propietario cultivaba olivos, trigo y hortalizas, pero que, como la mitad de los agricultores de este pueblo, se marchó con su familia hace cuatro años, huyendo del grupo armado autodenominado Estado Islámico, y no ha vuelto.

¿Por qué? El gran depósito de agua situado junto al pozo de riego de la granja nos da una clave: está vacío. Las cercanas tuberías plásticas de riego, rotas y desparramadas, ofrecen otra. Al examinarlo más de cerca, se observan manchas de petróleo en el pozo de riego, que también son visibles en los lugares por donde está rota la tubería de plástico negro que parte de él. En esta zona de Irak el petróleo no aparece espontáneamente en los pozos de riego perforados. Esta finca, al igual que muchas otras similares, son escenarios y ofrecen pruebas de crímenes de guerra y del ataque sistemático del Estado Islámico contra la población local.

Aunque hace poco más de un año que Irak declaró su victoria militar sobre el Estado Islámico, los efectos del conflicto persisten.

En el distrito de Sinyar residía gran parte de la comunidad yazidí antes de 2014. También fue el lugar donde el Estado Islámico cometió muchos de sus crímenes más brutales. Sus combatientes capturaron y mataron a los hombres y los muchachos que no habían podido refugiarse en las montañas del Sinyar, y luego secuestraron y vendieron como esclavos en Irak y en Siria a mujeres jóvenes, niños y niñas, unos 6.000 según los cálculos.

Estos crímenes —que esta semana se pusieron de relieve con la concesión del premio Nobel de la Paz a Nadia Murad, activista yazidí y superviviente de la esclavitud del Estado Islámico— quedaron reflejados en los titulares de todo el mundo. Pero lo que no se conoce tanto es que, cuando el Estado Islámico tuvo que emprender la retirada, sus combatientes se dedicaron a destrozar el terreno de formas que no les proporcionaban ninguna ventaja militar inmediata. Según un nuevo informe de Amnistía Internacional, el Estado Islámico se centró deliberadamente en el ámbito rural del que dependen los medios de vida de los agricultores yazidíes.

Uno de los ejemplos más claros de esta destrucción gratuita y deliberada a manos del Estado Islámico es el de los pozos de riego, como pudimos ver en esa desolada finca de Sinyar. Pozos saboteados a menudo con escombros, petróleo u otros objetos ajenos a la explotación. Como explicó un ingeniero hidráulico: “Estoy seguro de que fue algo intencionado: este tipo de cosas no acaban en los pozos ni en las tuberías de riego si alguien no las pone allí.” La obstrucción del sistema de riego solía ir acompañada del robo o la destrucción de la bomba, los cables, los generadores y los transformadores. Según las autoridades locales, entre 400 y 450 pozos de riego quedaron inutilizados sólo en un subdistrito.

El distrito de Sinyar es una de las zonas de cultivo más secas del mundo. La destrucción por el Estado Islámico de los pozos de riego en la zona es generalizada y de enormes consecuencias. Como nos dijo una autoridad local en materia de agricultura: “Destruir un pozo es lo peor: se mueren los árboles y las cosechas junto con el resto de la finca... El objetivo del Estado Islámico era destruir los recursos de gente que depende de las cosechas y el ganado".

La destrucción de las propiedades del enemigo cuando no hay necesidad desde el punto de vista militar constituye crimen de guerra. Tales actos también pueden ser crímenes contra la humanidad dirigidos contra la población yazidí y otras comunidades rurales de Irak. Un equipo de investigación de la ONU ya está recogiendo pruebas de los crímenes del Estado Islámico en Irak, y en las iniciativas para pedir responsabilidades a este grupo armado por crímenes de derecho internacional tendrían que figurar también estos delitos concretos si hay pruebas suficientes.

Pero el derecho penal internacional sólo puede llegar hasta ahí. El gobierno de Irak y sus socios internacionales están implicados ahora en el largo y complejo proceso de reconstruir un país destrozado. Aunque estos crímenes de guerra medioambientales siguen resonando en el Irak rural, hasta ahora el gobierno iraquí no ha empezado a abordar significativamente la magnitud de la destrucción ni a aplicar planes para ayudar a los agricultores a regresar a su actividad.

Gran parte del medio rural de Irak presenta más o menos el mismo aire de devastación que tenía cuando fue tomado al Estado Islámico. En el distrito de Sinyar y sus alrededores, las autoridades locales nos dijeron que no había apoyo oficial para la reconstrucción agrícola. Un administrador se lamentaba: “En general, el nivel [de la producción] agrícola está bajo mínimos. Nadie le presta atención. ¿Qué tipo de reconstrucción [de la agricultura] se ha hecho? Ninguno".

La población agrícola iraquí (y la que antes se dedicaba a las tareas agrícolas necesita apoyo para volver al trabajo. Necesita ayuda para reparar herramientas, maquinaria e invernaderos perdidos o deteriorados. Ayuda para sustituir sus cabezas de ganado y replantar sus huertos. Tienen que reconstruir edificios, silos y depósitos. En algunas zonas del país serán necesarios nuevos pozos, mientras que en otras resultará más adecuado ampliar los canales de regadío existentes.

Es un peligroso error ignorar las consecuencias medioambientales del conflicto armado. Mientras estas zonas estén destruidas, muchos cientos de miles de personas desplazadas internas no podrán regresar. Y aún más seguirán viviendo en la pobreza en un país donde ocho millones de personas aún dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir.

El Estado Islámico y sus predecesores se aprovecharon de la pobreza y los resentimientos del campo y encontraron en las vastas y escasamente pobladas tierras de Irak un campo abonado de reclutamiento para la insurgencia. Sin una reconstrucción rural adecuada, esto podría volver a ocurrir. En algunas de estas regiones reina el descontento desde 2003, y por tanto existe un límite real a lo lejos que puede llegar la recuperación sostenible de Irak sin una reconstrucción del medio rural.

 

Nota: Artículo publicado originalmente en Newsweek.