Jueves, 26 de marzo, 2020

Tenemos que cuidarnos unos a otros, y hacer todo lo que podamos para ayudar y apoyar a los valientes profesionales de la medicina como los que perdieron la vida en 2003. También tenemos que defender nuestro derecho a la atención médica y la información, para que en el futuro estemos mejor preparados para proteger a la gente y salvar vidas


Coffee Ngai trabaja en la Oficina Regional de Amnistía Internacional en Hong Kong. Aquí reflexiona sobre las lecciones aprendidas del brote de SRAS de 2003, y comparte algunos consejos sobre cómo sobrevivir al distanciamiento social.

En el Parque Hong Kong, en el centro del distrito urbano de la ciudad, hay ocho estatuas de bronce sobre bases cuadradas de cemento. Son un tributo a los profesionales de la medicina que murieron luchando contra el brote del síndrome respiratorio agudo severo (SRAS) de 2003. La epidemia de SRAS cambió enormemente la vida de Hong Kong.

Para muchos de nosotros era la primera vez que experimentábamos medidas de cuarentena como las que se están poniendo en vigor en todo el mundo. El brote del nuevo coronavirus COVID-19 nos ha traído muchísimos recuerdos de la epidemia de SRAS. Son recuerdos dolorosos, pero también nos recuerdan que ya hemos superado tiempos aterradores antes, y podemos superarlos de nuevo.

Por aquel entonces, el SRAS era un misterio para todo el mundo en Hong Kong. El gobierno de la China continental, donde se había detectado por primera vez el SRAS meses antes, guardaba silencio y no había transmitido sus averiguaciones iniciales al territorio, ni siquiera a la Organización Mundial de la Salud. La respuesta de las autoridades de Hong Kong fue muy lenta. Al principio implementaron controles de salud básicos, como controles de temperatura en los pasos fronterizos, y a la gente se le prohibía visitar a los pacientes en el hospital. Aparte de eso, nuestras vidas seguían siendo básicamente normales. Los negocios estaban abiertos, y el trabajo desde casa no era una opción para la mayor parte del personal de oficina en 2003.

Pero de pronto surgió la noticia de un brote severo de la epidemia en un complejo residencial, con más de 300 personas infectadas. Al principio nadie sabía cómo se propagaba, y todo el mundo en Hong Kong entró en pánico. Yo tenía miedo porque tenía amigos que vivían en ese complejo, que estaba a sólo 20 minutos a pie desde mi apartamento. Después de este brote se impusieron estrictas medidas de cuarentena, pero para las 299 personas que finalmente murieron de SRAS (casi dos quintas partes del total mundial de muertes) ya era demasiado tarde.

Retención de la inofrmación

Al igual que con la COVID-19, los médicos acusaron al gobierno central chino de retener información vital sobre el SRAS que podría haber salvado vidas. La OMS también criticó la falta de información sobre casos de SRAS. Todos tenemos derecho a acceder a información sobre atención médica, el carácter y el nivel de amenaza para la salud, y cómo protegernos. La forma de encubrir esta información enfureció a muchas personas de Hong Kong y las hizo desconfiar de las autoridades chinas y hongkonesas.

Desde entonces, mucha gente ha adquirido la costumbre de llevar mascarillas quirúrgicas cuando tiene resfriado o gripe. Nos hemos vuelto hiperconscientes de la manera en que se transmiten las enfermedades, y esa es una de las razones por las que la mayoría de la gente aquí en Hong Kong siguió rápidamente las medidas de distanciamiento social que se anunciaron con la llegada de la COVID-19. Fue especialmente difícil porque se produjo en un momento de múltiples manifestaciones: muchas personas en Hong Kong habían pasado meses protestando contra el gobierno. Gas lacrimógeno, cañones de agua, detenciones generalizadas e incluso munición real: nada de eso impidió que la población de Hong Kong saliera a las calles para exigir más libertad y rendición de cuentas por los abusos cometidos por la policía. Resultó desolador pensar que un virus sí lo impediría.

Atisbos de normalidad

Aunque resulta difícil, la noción de distanciamiento social como medida para controlar los virus tiene sentido en Hong Kong después de lo que experimentamos con el SRAS, y la mayoría de la gente lo aceptó rápidamente. Ya llevo trabajando en casa unas nueve semanas. Sé que tengo suerte de poder continuar con mi trabajo. Durante este tiempo he desarrollado mecanismos de afrontamiento: intentar tener un horario regular, establecer normas con mi familia, interactuar lo más posible con amistades y colegas online.

Recientemente empezamos a vislumbrar otra vez atisbos de normalidad cuando la atmósfera de miedo cedió. La gente sale, compra, pasea por las calles y toma el sol, y las tiendas ya están casi totalmente reabastecidas. Esta mañana, en el parque de mi barrio, había gente corriendo y haciendo ejercicio junta. Pero la gran mayoría de la gente sigue llevando mascarilla, y el reciente repunte de los casos nos recuerda que esto puede cambiar en cualquier momento.

También resulta desolador ver a tantos países pasando por la misma dolorosa experiencia que nosotros hemos pasado. Ha muerto tanta gente, y aunque para sus seres queridos la vida nunca volverá a la “normalidad”, espero que todos podamos aprender de esta pandemia. Eso incluye a los gobiernos, que tienen que aprender de los errores cometidos en el pasado.

Tenemos que cuidarnos unos a otros, y hacer todo lo que podamos para ayudar y apoyar a los valientes profesionales de la medicina como los que perdieron la vida en 2003. También tenemos que defender nuestro derecho a la atención médica y la información, para que en el futuro estemos mejor preparados para proteger a la gente y salvar vidas.