Viernes, 24 de enero, 2020
Duque, Mariana

Sin duda, la frontera del estado Táchira con el Departamento Norte de Santander, se ha convertido en la radiografía de lo que ocurre en Venezuela. La crisis económica de la nación sudamericana se refleja en el rostro de quienes desesperadamente ofrecen a lo largo del lado colombiano del Puente Internacional Simón Bolívar y por las calles de Villa del Rosario


Se trata de venezolanos que trabajan cargando costales con el mercado que sus compatriotas hacen en Cúcuta, Colombia. El salario mínimo no les alcanzaba en su país, por lo que decidieron irse a la frontera del Táchira con el país neogranadino buscando alternativas para sobrevivir.

“Abran paso, voy cargando 100 kilos”, “abran paso que esto pesa”, “permiso mi amor para no golpearte la cabeza”, grita un hombre sin camisa, sin zapatos y usando un short de color azul, sobre el Puente Internacional Simón Bolívar, que comunica a Villa del Rosario- Departamento Norte de Santander - Colombia, con San Antonio - municipio Bolívar del estado Táchira - Venezuela. 

“Use alas”, “compre un avión”, es la respuesta de las decenas de venezolanos que tampoco pueden pasar por el margen de un metro de distancia que fue habilitado para regresar a su país, que separa los laterales del puente con los contenedores instalados por el gobierno venezolano después del fallido intento de ayuda humanitaria ocurrido el 23 de febrero de 2019.

Decenas de hombres que trabajan como mulas humanas cargando sobre sus hombros y cabezas costales de rayas de colores, llenos de mercado que hacen otros ciudadanos, se atoran en este punto, e impiden que el paso sea rápido.

La mayoría andan descalzos o en cholas, usan short, franela o franelilla. Su piel es oscura y el acento al hablar es propio del venezolano que es del centro o el oriente del país. Se trata de hombres que han dejado sus hogares, familias y trabajos en Venezuela, para irse a la frontera buscando mejor calidad de vida o algún ingreso que les permita enviar dinero y mercado, pues el salario mínimo no les alcanzaba ni para comprar un cartón de huevos.

Antes del cierre de frontera decretado el 22 de febrero de 2019, un día previo al intento fallido del paso de ayuda humanitaria, eran carretilleros; es decir, quienes llevaban el mercado de los venezolanos que así lo requerían, a cambio de 4 mil, 5 mil o 6 mil pesos en carretillas; pero en medio de esos tres meses de cierre de frontera, tuvieron que buscar alternativas, y empezaron a cargar sobre hombros las bolsas, maletas y bolsos de quienes requerían cruzar por las trochas.

Cuando habilitaron el paso por los puentes para casos especiales (personas de la tercera edad, estudiantes, mujeres embarazadas) aparecieron unos costales de rayas de diversos colores, con una cinta que se coloca en la frente de quien los cargue sobre sus hombros, como una especie de gancho de seguridad para sostenerlos. Son estos los que ahora los identifican. Hay quienes ayudan a cargar maletas, y las llevan de igual manera, sobre la cabeza o en hombros.

Al menos 20 minutos o media hora se puede tardar un venezolano en regresar a su país por el Puente Internacional Simón Bolívar, en medio de gritos, empujones, insultos, y golpes, porque con los costales lo que hacen estos hombres es golpear a quienes se atraviesan por su paso. 

“Deje a mis dos hijos y esposa”

José Rodríguez es de Valencia. Tiene 35 años de edad y hace cinco meses decidió salir de Venezuela hacia Villa del Rosario, conocido como la parada de Cúcuta, sector ubicado justo al terminar de cruzar el Puente Internacional Simón Bolívar y pisar territorio colombiano.

Es moreno, mide aproximadamente 1 metro 60 centímetros y es de contextura delgada. Su ropa desgastada por el tiempo, estaba limpia y sin huecos. Usaba un mono azul marino y una franela color azul cielo, y sobre su cabeza tenía una gorra negra.

En su hogar dejó a su esposa y dos hijos, una de 14 años y otro de 7 meses de edad. Trabajaba atendiendo un negocio, pero el sueldo mínimo le alcanzaba cada vez menos para darles de comer, comprar pañales y leche de bebé. El día que su hija de 14 años tuvo que dejar de estudiar, para quedarse cuidando al niño pequeño, mientras su esposa salía a trabajar para ayudar con los gastos de la casa, fue que decidió salir del país, sin saber qué le esperaría.

“El corazón se me partió, eso no era lo que yo quería para mi niña. Ella tiene derecho a estudiar, a ser grande y yo tengo que hacer todo lo posible para que lo logre. Por eso me vine, sin conocer a nadie, sin saber en qué trabajaría, con la esperanza de que todo fuera mejor que Venezuela. Te confieso que el trabajo es duro, pero vale la pena cuando logro enviar dinero a mi esposa, también le he enviado leche, pañales y algo de mercadito. Cargando costales gano más que en Venezuela”, expresó

Se levanta todos los días a las 4 de la mañana, se acerca al puente, y al igual que los venezolanos que decidieron cargar mercados o maletas, corre a un lado de los vehículos (tal y como hace la guardia de honor que escolta a un carro presidencial) para ver si logra caerle en gracia a quien cruzará el puente, y lo selecciona a él en medio de unas 30 personas más para cargar sobre sus hombros hasta San Antonio del Táchira lo que lleven.

Cuando llegó a La Parada la frontera estaba cerrada, por lo que ayudaba a los ciudadanos a cruzar por las trochas. En ese momento su ingreso podía ser de 50 mil pesos (250 mil bolívares) que le alcanzaban para comer, pagar la habitación y comprar algún producto alimenticio para ir guardando.

Al abrir el puente disminuyó un poco el ingreso, pero no se queja, dice tener días buenos y días malos. “Hay días muy buenos y hay otros flojos, uno compensa al otro, yo sigo estando aquí a pesar de que no duermo como en Venezuela y se pasa trabajo, pero hay que hacer el esfuerzo por mi familia”, dijo.

Las habitaciones que alquilan por noches quienes viven en esta zona, muchas veces son compartidas. Tienen derecho a un espacio del piso, para dormir sobre colchoneta, y a un baño para ducharse. Pagan 5 mil pesos por noche.

Hay quienes prefieren alquilar una habitación en mejores condiciones en San Antonio del Táchira, y con la diferencia del valor entre el peso colombiano y el bolívar, pueden costearla.

“Era profesor de educación física”

Mide aproximadamente 1 metro 75 centímetros de alto, es delgado, corpulento y moreno. Anthony Gutiérrez, trabajaba como profesor de educación física y entrenador deportivo en la ciudad de Caracas, pero los bajos salarios y la necesidad de alimentar a su familia, lo llevaron a la frontera del Táchira con Colombia a trabajar cargando costales y maletas.

Recuerda con nostalgia sus días de entrenador de niños. Le apasiona el deporte y enseñar lo que sabe. Está seguro que algún día volverá a hacerlo y espera que sea de nuevo en su tierra.

Tiene fuerza física para cargar costales y maletas por el puente, pero lo que más lo anima es poder enviarle insumos y dinero a su familia. En esta oportunidad le aquejaba un dolor de muela, que le había iniciado la noche anterior, con el sol de 40° centígrados que había en la frontera y la fuerza que hacía para cargar el peso de su trabajo, le incrementaba el padecimiento.

“No quiero gastar en odontólogo, aquí es muy costoso y lo que necesito es sumar peso a peso para medio vivir y enviar. Mi mamá se quedó allá con mi esposa, pienso en mi vieja y me duele el alma, nunca pensé abandonarla y menos en pobreza. Nosotros crecimos en una Venezuela rica, con comodidades a pesar de no ser de clase alta, logramos estudiar, pero llegó la revolución y ahora nadie tiene un ingreso decente, hay que luchar y yo seguiré luchando”

También duerme en una habitación compartida por la que paga 5 mil pesos. Llevó poca ropa de equipaje, porque no sabía cuál sería su destino. Muchas veces se ha visto obligado a lavar en el río Táchira, ubicado en la línea fronteriza, para no tener que pagar por este servicio.

Ventas ambulantes

El Puente Internacional Simón Bolívar también se ha convertido en un mercado persa. El comercio informal de venezolanos que venden desde chucherías hasta ropa, ya no sólo está en las calles de La Parada, por demás llenas de tierra y contaminación, sino también en los márgenes del puente.

Por el lateral derecho (para quienes van regresando hacia Venezuela) al menos 100 personas gritan “a la orden”, “por mil pesitos”, “chocolates ricos”, “dos sambas por mil pesos”, “se venden velas”, “pastillas anticonceptivas, para el dolor de cabeza”, “los zapatos están baratos”, lo que hace más complicado el cruce de ciudadanos. 

Martha Chacón es del estado Sucre, vende sambas, como le llaman a unas barras de unos 20 centímetros de chocolate rellenas de dulce de fresa. Llegó en diciembre a la frontera para trabajar en lo que consiguiera y enviarle dinero a su mamá que se quedó cuidando a sus tres hijos. Tiene 32 años de edad y en Venezuela se dedicaba a vender pasteles, pero por los altos costos de los alimentos ya el negocio no le daba para mantener a su familia.

“Aquí paso todo el día bajo el sol, ofreciendo chucherías o lo que pueda comprar. Tengo mucha competencia como usted se da cuenta, pero logro hacer lo mío, reunir y enviar. He estado ofreciendo trabajo para limpiar negocios y casas a ver si en algún momento me contratan, pero a los colombianos les da desconfianza porque mírame como estoy, toda quemada, con la ropa roída”, añadió.

Vestía un jean desteñido, una franelilla blanca que no impedía que su piel se quemara con las altas temperaturas, el cabello con una cola hacia atrás, un poco despeinado, una gorra rosada mal puesta y unas botas deportivas que lucían rotas por un lado.

Hay días que le dan ganas de devolverse a su lugar de origen, no lo hace porque sabe que conseguir un trabajo para solo ganar sueldo mínimo hará pasar hambre a sus hijos. “Por ellos lo hago todo, vivir entre este infierno, entre gente desconocida, mucho venezolano se apoderó de esta zona, la mayoría vienen de los barrios del centro del país. He tenido que enfrentarme a malas proposiciones que logro esquivar con Dios por delante”, agregó.

Como ellos, más de 1.408. 0551 venezolanos (742.390 con documentos y 665.665 sin documentos) están radicados en Colombia al corte del primero de agosto del año 2019 realizado por Migración Colombia; 148.000 personas más que en el corte del primer trimestre del año, cuando –según la institución migratoria- habían ingresado 1.260.594 venezolanos.

Según el director general de Migración Colombia, Christian Krüger Sarmiento, diariamente cruzan por la frontera unos mil seiscientos venezolanos, y está seguro que a medida que se agudice la situación en Venezuela, el flujo continuará en aumento, “pues estas personas migran por necesidad, por falta de alimentos, de salud, incluso, de servicios básicos”, expresó.

De acuerdo al boletín publicado por su oficina el primero de agosto de 2019, por género y edad se refleja un total de 679.203 mujeres (48%) y 728.852 hombres (52%). Hay 197.428 menores de 18 años; 563.404 de 18 a 29 años; 352.932 de 30 a 39 años; 176.079 de 40 a 49 años; 79.796 de 50 a 59 años; 29.084 de 60 a 69 años y 9.332 personas mayores de 70 años.

No todos viven en el Departamento Norte de Santander, muchos se van sobre todo a Bogotá, Medellín, Bucaramanga, Cali y pueblos cercanos. La mayoría lo hace caminando, porque no tienen pasaporte, ni recursos para viajar en avión o autobús.

Caminantes con niños y esperanzas a cuestas

Zulma Álvarez tenía medio día caminando con rumbo a Bucaramanga. Llevaba a un niño de dos años en brazos y su esposo a la niña de 4 años. Tomaron la decisión de salir del país de esta manera porque no consiguen trabajo ni con qué comer.

“Estábamos pasando mucha necesidad y en Bucaramanga no conocemos a nadie, llegamos a la deriva a ver si conseguimos un trabajito o algo. En los bolsos llevamos solo ropa, unas personas nos regalaron unas galletas y agua, para los niños nos tocará pedir algo para comer.

Volvemos a Venezuela si se recupera el país, de lo contrario no”, añadió.

Su cuñada, Gabriela, dejó a su niña de 5 años de edad, a su mamá y abuela. Llorando manifestó que toda su esperanza la tenía en el paso de la ayuda humanitaria a Venezuela para que la situación cambiara, pero como nada ha ocurrido decidió irse. “Le pido al Señor que nos proteja en el camino… Siento mucha tristeza, dolor de dejar a la familia de uno por allá”, acotó

Yefri Delgado tenía cuatro días de camino, salió desde Trujillo, en donde trabajaba como agricultor, pero su sueldo ya no le alcanzaba para mantener a su familia. De cola en cola llegó a la frontera colombo venezolana. Tenía dos días caminando desde Villa del Rosario. Iba acompañado de una hermana, dos primas y dos niñas de 4 y 1 año.

“Salimos a ver qué conseguimos, a ver si prosperamos, porque en Venezuela la cosa está muy dura. Vamos a Medellín, nos falta bastante, pero poco a poco llegaremos, cuando estamos cansados nos paramos”, manifestó.

Sin duda, la frontera del estado Táchira con el Departamento Norte de Santander, se ha convertido en la radiografía de lo que ocurre en Venezuela. La crisis económica de la nación sudamericana se refleja en el rostro de quienes desesperadamente ofrecen a lo largo del lado colombiano del Puente Internacional Simón Bolívar y por las calles de Villa del Rosario, chucherías, pastillas, tequeños, café, agua panela, jugos, arepas, pastichos, frutas, alquilar sillas de ruedas, cruzar las trochas y cargar bolsas y maletas hacia Venezuela.

Mientras ellos buscan la forma de ganar la vida, otros venezolanos llegan a cobrar remesas que envían sus familiares de otros países, y aprovechan para hacer mercado, comprar medicinas y repuestos de vehículos, que en su país dejaron de conseguirse desde hace años, o los costos son muy altos para obtenerlos.

Arturo Uslar Pietri definía a la frontera de Venezuela con Colombia como un “tercer país” por la integración y hermandad que la caracterizaron durante años. Actualmente, parece un tercer país, que describe la crisis humanitaria que se vive en la tierra de Simón Bolívar.