Miércoles, 15 de agosto, 2018
Alvarenga, Luis Miguel

“Cuando me encuentro, a los 17 años, con mis hermanos indígenas comprendo que no había que abandonar la casa para luchar por nuestra identidad, sino todo lo contrario, había que volver a nuestras raíces”, relata el defensor de los pueblos indígenas, Juan Carlos La Rosa, sobre cómo comprendió que para encontrar sus raíces no había que abandonar la tierra


“Mi historia es la del desarraigo”, así comienza a recordar su trayectoria el defensor de los derechos de los pueblos indígenas y del medioambiente, Juan Carlos La Rosa, al intentar explicar cuáles son sus orígenes y cómo terminó siendo activista por los derechos humanos.

A sus 48 años de edad, La Rosa enfatiza que su vida inició sin identidad, ya que formaba parte de un pueblo indígena que había sido desplazado, su cultura dispersada y su lengua desaparecida.

“El pueblo caquetí, que tuvo como territorio ancestral todo el estado Falcón –al norte de Venezuela- y gran parte de la sierra de San Luis, perdió la identidad”, explica el defensor para luego señalar que esa identidad la ha podido recuperar poco a poco, pero que aún queda mucho por desvelar.

“Yo soy un indígena mestizo que recupere mi identidad a través de la lucha social, porque me di cuenta que no puedo seguir solo desde una idea, sino desde la relación con las personas con quienes estoy trabajando”.

De familia pescadora, pero de padre y abuelo ilustradores por oficio, La Rosa rememora los recuerdos de tranquilidad y mediana comodidad que tenía en su tierra, pese a no poseer grandes recursos económicos.

El punto de quiebre en la vida del también ilustrador fue conocer, durante sus estudios en La Universidad del Zulia, a un grupo de jóvenes que sentían orgullo por ser indígenas y a varios mayores –personas de avanzada edad con amplia sabiduría sobre sus pueblos y tradiciones–, que le fueron indicando el camino a seguir para recuperar sus raíces, las cuales están clavadas en lo profundo de su tierra ancestral.

Por ello, La Rosa se describe como “el producto de una necesidad de conocer”, ya que quería romper el patrón de sentir vergüenza o verse excluido por sus orígenes indígenas y afroamericanos.

“Cuando me encuentro, a los 17 años, con mis hermanos indígenas comprendo que no había que abandonar la casa para luchar por nuestra identidad, sino todo lo contrario, había que volver a nuestras raíces”.

Decide, entonces, involucrarse permanentemente en la defensa de los derechos de los pueblos indígenas, del medioambiente y en la exigencia de las reivindicaciones establecidas en la Constitución venezolana de 1999.

Activismo a toda costa

En la actualidad, Juan Carlos La Rosa es reconocido por su labor en la organización Wainjirawa, que busca crear y promover un sistema educativo propio para los pueblos indígenas en la región occidental de Venezuela.

El defensor, sin embargo, no tiene poco tiempo en las causas por los derechos humanos, ya que anteriormente participó en otras organizaciones como Maikilaraalasalii.

“Antes de Wainjirawa se creó una organización llamada Maikilaraalasalii, de la que aprendí a caminar un sendero para ser nosotros y en la que vimos juntos puntos claves relacionados a nuestra educación. Por ejemplo, nosotros también la tenemos, pero bajo otra concepción, puesto que la escuela occidental tiene paredes y horarios; la nuestra es el tiempo y el lugar de las cosas que suceden”, relata.

Desde esa experiencia enfocó su atención en la educación como medio fundamental para rescatar los valores, tradiciones y formas de gobiernos ancestrales de los pueblos Wayuú, Yukpa, Caquetí y Barí.

Por ello, destaca que su trabajo está fundamentado en la creación y reproducción de la vida, sin imponer una sola cosmovisión –puesto que cada pueblo indígena posee una propia- y sin generar la muerte de otras personas para poder existir.

“Los pueblos indígenas están convencidos que la mayor parte de su concepción y existencia es para reproducir la vida, pese a que en algunas ocasiones ha ocurrido lo contrario”, agrega.

Además, subraya que “la vocación que llaman en occidente cristiano como educativa, es decir, la necesidad de conocer, es fundamental. Las relaciones prioritarias que establezco tienen como fin que me ayuden a reconstruir un proceso de educación propia en cualquier parte y que a través de ello nos genere identidad”.

Amenazas a su labor

La Rosa ha tenido siempre presente el rol fundamental que otros líderes indígenas han tenido en la conformación de organizaciones para la defensa de sus derechos, en los reclamos territoriales hechos a las autoridades y en la exigencia de garantías para el libre desarrollo de sus tradiciones.

Sin embargo, los territorios en los cuales se encuentran sus raíces se ven severamente afectados por la emergencia humanitaria por la que atraviesa Venezuela, las acciones del crimen organizado en connivencia con las autoridades locales y las fuerzas de seguridad del Estado.

El defensor apunta que los pueblos indígenas del occidente del país han tenido que aprender a trasladarse indefensos, extremando las medidas de precaución para evitar ser víctimas de la inseguridad, los ataques de grupos armados o, incluso, la confiscación de sus bienes por parte de efectivos militares o policiales.

Además, uno de los momentos más difíciles que, a juicio de La Rosa, ha tenido que vivir es el asesinato del líder Sabino Romero y de otros dirigentes del pueblo Yukpa.

A partir de esa trágica experiencia, los activistas y pueblos indígenas se han organizado aún más para continuar el camino que Sabino y sus mayores han indicado. “La verdadera justicia para Sabino es la titularidad de los terrenos de los pueblos Yukpa, eso le da sentido a su sacrificio.”

Asegura que pese a que no ha sido detenido por su labor como defensor, su riesgo se manifiesta al mantenerse en pie para exigir sus derechos y más aún en medio de una emergencia humanitaria que ha afectado considerablemente a los grupos sociales más vulnerables, en especial a los pueblos indígenas.

“Esta crisis nos está cambiando. Nosotros no pedimos reivindicaciones de clase media, porque lo que hemos pedido a nuestros ancestros es que esta crisis nos permita caminar nuestro propio camino, que es el de la dignidad”.