Viernes, 09 de noviembre, 2018
Paola Becerra Duarte

“La ciencia no sabe de países, porque el conocimiento le pertenece a la humanidad y es la antorcha que ilumina el mundo. La ciencia es el alma de la prosperidad de las naciones y la fuente de todo progreso”, Louis Pasteur


Es casi imposible concebir un desarrollo tecnológico en el que nos hallamos inmersos a nivel global sin haber atravesado por las inexpugnables sendas del estudio de la ciencia. En este sentido, los beneficios son incalculables, con económicas prosperas basadas en el aparataje industrial impulsado para facilitar los procesos de producción, comercialización y transporte. En otro orden de ideas, solo haciendo énfasis en el desarrollo científico para la cura y tratamiento de enfermedades mortales, con investigaciones prolongadas he insistentes a gran escala, se ha logrado salvar millones de vidas. Asimismo, con los aportes para la preservación de la especie animal y vegetal del planeta.

Si bien es cierto que la ciencia se ha enquistado en el progreso de la humanidad, también vale aclarar que diferentes personas lo han utilizado como un medio para la destrucción de la especie humana y del ecosistema, verbigracia de ello las guerras mundiales sufridas en el siglo pasado donde los estudios contribuyeron a la creación de armas letales, muriendo millones de personas con las indefectibles bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki. Es por ello que el impacto positivo de la ciencia depende del destino otorgado y el beneficio colectivo que comporte a la sociedad en los nuevos desafíos económicos, sociales, tecnológicos y medioambientales.

 Como corolario, la Sociedad Internacional ha sido consciente de ello y desde 1948 en el seno de la ONU plasmó en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la disposición técnico legal artículo 27  “Toda persona tiene derecho  a (…) participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten”[1]. No conforme con esto, se erigió una  agencia especializada encargada de coordinar esos esfuerzos (Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO)). Además estipulaciones de estándares internacionales como la Recomendación sobre la Ciencia y los Investigadores Científicos y la Declaración sobre el Uso del Conocimiento Científico de la UNESCO (1999) que reza la preponderancia hoy más que nunca de  la ciencia  en la disposición técnico legal artículo 33 "(…) Todos los niveles de gobierno y el sector privado deberían brindar mayor apoyo para construir una capacidad científica y tecnológica adecuada y equitativamente distribuida a través de programas apropiados de educación e investigación(...)”[2]

Resulta entonces evidente que la ciencia es una herramienta para la construcción de la paz y del desarrollo, de la todos tenemos derechos a participar activamente, siendo una obligación del Estado ser garante de ello. Empero, vale aclarar que debe ir deslastrándose la idea de que la ciencia comporta tan solo un mero beneficio, pues se constituye como una responsabilidad en manos de la ciudadanía de participar, difundirlo, defenderlo y exigirlo.

Si bien es cierto, la ciencia posee una clara consagración formal preceptuada jurídicamente en distintos instrumentos de orden internacional, es un derecho exiguamente reclamado, toda vez que las denuncias son dirigidas a derechos civiles y políticos; y algunos puntuales de los derechos económicos, sociales y culturales, donde pareciera formarse una ilusoria jerarquía y la ciencia ocupar los últimos lugares. La lucha por las reivindicaciones en esta materia es dejada erróneamente para el sector científico, pero no por la sociedad en general que reclama con gran vehemencia otros derechos.

Jóvenes en la ciencia 

Por tal motivo los jóvenes, como parte de las generaciones del futuro, deben inmiscuirse en el  conocimiento de la ciencia, demandando un acceso equitativo para garantizar la seguridad, la salud y el desarrollo sostenible; para mejorar y satisfacer las necesidades básicas con enfoques y estrategias ambientales al respecto. Existen una serie de científicos venezolanos de reconocida trayectoria que dan cuenta de esto como José María Benítez,  médico y botánico que promovió métodos para evitar y combatir las epidemias de cólera, Jacinto Convit médico y científico, conocido por desarrollar la vacuna contra la lepra, Gloria Teresa Mercader médico neurólogo, especializada en microscopía electrónica de transmisión de alta resolución, miembro fundador del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, de la Academia de Ciencias de América Latina y de la Academia de Ciencias para el Mundo en Desarrollo.

En la actualidad, muchos profesionales egresados de universidades venezolanas están triunfando en el mundo fruto de su desempeño incansable en carreras como  medicina, odontología, nutrición y dietética, enfermería, radiología, matemática, física, química, derecho, ciencias políticas, entre otras.

He de resaltarse que al culminar los estudios secundarios, en este preciso momento es fundamental que los jóvenes se encausen al estudio de la ciencia en carreras universitarias, pues funciona como una garantía a mediano y largo plazo para un porvenir próspero, con la producción de conocimientos para el mejoramiento de la calidad de vida personal y social, al formarse como profesionales y dar un aporte al país en que se desenvuelven. Sin embargo, el énfasis que se realiza no estriba en tan solo el ascenso en las matrículas universitarias sino el aumento en inmiscuir a los estudiantes en la producción científica de investigaciones y  un equilibrio en la escogencia de las carreras, por cuanto vocacionalmente  se abandona la elección de las ciencias básicas en Venezuela, lo que substancialmente  corresponde a la poca motivación y los mitos que se generan sobre la “dificultad y poco campo laboral”.

Por consiguiente, es más que  imperioso  el abordaje progresivo de las carreras de ciencia por la generación millennials, los desafíos globales apremian, recurrentemente en los países en vías de desarrollo donde el acceso a las ventajas derivadas de la ciencia no es equitativo y la inversión procedente del Producto Interno Bruto (PIB) se muestra irrisoria. Es menester que la juventud con nuevas perspectivas he idearios de sostenibilidad, apueste por conseguir que la ciencia llegue a todos los rincones en merced de los problemas graves existentes, con la sensibilización e implementación de políticas públicas en lo tocante al área científica, procurando no ir en menoscabo de la cultura, principios y valores intrínsecos a la dignidad humana.

Promotores de ciencia en la historia

Desde épocas ancestrales el ser humano ha tenido la necesidad inexorable de descubrir y realizar distintas interrogantes sobre el mundo que lo ciñe y el ser en sí mismo. Así pues, la ciencia se ha configurado como el medio perenne para alcanzar un conjunto de saberes y conocimientos que han dado respuesta y derivado evidente influencia en el desarrollo vertiginoso de la humanidad con sistemas básicos para sobrevivir, desde las distintas áreas de estudio y especialidad en disímiles clasificaciones que básicamente estriban en ciencias   naturales, ciencias humanas y ciencias formales.

Dando a groso modo un señalamiento de los múltiples avances que ha experimentado la humanidad producto de la ciencia, cabe mencionar la revolución científica iniciada en el renacimiento por Copérnico y continuada en el siglo XVII por Galileo y Keple.; las leyes fundamentales de la dinámica y ley de gravitación universal por Isaac Newton. Por otro lado, Leonardo Da Vinchi con ideas recopiladas y efectuadas varios siglos después, obras de ingeniería, aparatos de navegación, máquinas voladoras y máquinas de guerra. A su vez, Christian Huygens con el invento del reloj de péndulo colgante y Isaac Newton con su primer telescopio refractor funcional. Asimismo, la máquina de vapor atmosférica de balancín de Thomas Newcomen y el termómetro de mercurio por Daniel Fahrenheit.

Por otra parte, Benjamin Franklin con el señalamiento de la naturaleza eléctrica del rayo y Joseph Cugnot con la invención del coche de vapor, un vehículo autopropulsado.  Además, Charles Darwin con su teoría de la evolución biológica por selección natural y la creación de la primera lámpara incandescente comercial por Thomas Alva Edison. Igualmente, Albert Einstein con la publicación de la teoría de la relatividad especial y el efecto fotoeléctrico y Ernest Rutherford con las bases experimentales de la teoría atómica de la materia. Finalmente, los experimentos de Griffith sobre la transformación de la herencia genética y Stephen Hawking descubre la radiación de Hawking.

 

Por Paola Becerra Duarte.



[1] ONU. (1948). Declaración Universal de los Derechos Humanos.

[2] UNESCO. (1999). Declaration on Science and the Use of Scientific Knowledge UNESCO World Conference on Science.