Lunes, 27 de enero, 2020
Lorena Evelyn Arráiz

Hay ausentismo laboral y escolar. La gente pierde valioso tiempo en las colas por gasolina. Allí han debido dormir, comer y hacer sus necesidades fisiológicas. Niños con sus padres o abuelos; mujeres solas, cualquier persona ha estado y está a merced de la inseguridad, los apagones eléctricos, calles oscuras y venta de puestos en la fila


San Cristóbal. - Desde hace más de 12 años, el estado Táchira ha tenido severos problemas por la gasolina. De forma cíclica, la escasez del combustible ha generado largas filas en las estaciones de servicio.  Diferentes autoridades regionales y nacionales han argumentado que todo obedece a que el producto se lleva de forma irregular a Colombia y para paliar la situación, en el 2011 se implementó el tag o chip de gasolina.

Este tag permite que en las gasolineras se lea un código de barras y este indica la cantidad que debe abastecer cada conductor, generalmente se podía comprar unos 30 litros cinco veces al mes; cuando un vehículo consumía “el cupo del mes” ya no podía comprar más hidrocarburo y tenía dos opciones: o detener su medio de transporte o comprar el combustible en el mercado negro.

La gasolina venezolana seguía y sigue vendiéndose en territorio colombiano y pese al cierre de los puentes fronterizos que impide el paso vehicular desde hace cuatro años, el líquido sigue siendo cotizado dado que los neogranadinos argumentan que el combustible de Venezuela “es de mejor calidad” que el de ellos.

También se implementó la figura del “chip turístico”. Los visitantes que no tuviesen el mismo tag de los habitantes de la región, debían sacar uno que les proveía combustible por tiempo limitado y que se reactivaba cada año llamando a un número telefónico. Esto tampoco funcionó.

Los problemas con el suministro aparecían de forma más recurrente hasta que desde hace dos años, no cesaron. En este último periodo de crisis, los conductores pasaban de dos a cuatro horas en las estaciones de servicio. Mientras tanto, muchos tag eran bloqueados o suspendidos por presumir un consumo irregular por parte del dueño del vehículo.

Voceros de Pdvsa en la región, exigieron a los conductores que llevaran a revisión el chip y actualizar el censo vehicular. También anunciaron que con el carnet de la patria podrían tener acceso al combustible y aunque no todos aceptaron la convocatoria, muchas personas del Táchira sacaron el documento creado por el actual gobierno con la esperanza de que con este se pudiera controlar – aún más- el consumo de gasolina y evitar las colas.

La última medida anunciada por Freddy Bernal, enlace del gobierno nacional con la entidad, consistió en que se podría adquirir gasolina según el terminal de la placa, pero los camiones con combustible no llegan regularmente y no hay garantía de que el día asignado para algún vehículo, haya gasolina disponible.

Los constantes apagones también han incidido en el suministro. En los expendios donde no hay planta, las colas pueden durar más de lo “normal”. Es por ello, que las personas han tenido que pasar hasta seis días en una fila con su carro estacionado porque la electricidad se ha ido reiteradas veces y también porque no hay gasolina.

En los municipios alejados de la capital tachirense, las personas deben aguardar hasta una semana para comprar hidrocarburo. En algunas partes, las alcaldías han pedido actualización de los datos de los residentes para garantizar que sea un habitante de la zona quien pueda adquirir el producto y no un foráneo.

La gasolina de Venezuela sigue pasando de forma ilegal a Colombia por las zonas tachirenses de San Antonio del Táchira (Bolívar), Ureña (Pedro María Ureña), Delicias (Junín) y Boca de Grita (García de Hevia). El método consiste en llevar el tanque del vehículo lleno y en alguno de estos sectores, alguien recibe el líquido y posteriormente los pasa a territorio vecino por caminos irregulares conocidos también como trochas.

El estado está semiparalizado. Hay ausentismo laboral y escolar. La gente pierde valioso tiempo en las colas por gasolina. Allí han debido dormir, comer y hacer sus necesidades fisiológicas. Niños con sus padres o abuelos; mujeres solas, cualquier persona ha estado –y está- a merced de la inseguridad, los apagones eléctricos, calles oscuras y venta de puestos en la fila en pesos colombianos o dólares.

En el estado, una estación de servicio fue habilitada para funcionarios públicos, otra para personal del área de salud (pública y privada); también hay una solo para docentes, motorizados, taxis y personal militar respectivamente. En la mayoría hay largas filas, pero no de días, sino de horas.

Sin embargo, quienes no puedan o no desean hacer cola tiene la opción de comprar combustible en el mercado negro. En moneda extranjera, las personas adquieren una pimpina (un recipiente de plástico que recibe 20 litros aproximadamente) y que cuando la crisis estuvo en el punto más álgido se cotizó hasta por 90 mil pesos colombianos (a la fecha, 30 dólares o 450 mil bolívares). Actualmente, el precio está “establecido” en 30 mil pesos (10 dólares o 150 mil bolívares).

Oriana y su condición

Carmen Andrade Rey es una profesora de canto y música que vive en El Junco municipio Cárdenas, a 20 minutos de San Cristóbal. Es mamá de Oriana, una joven con una condición de salud mental, que no tiene para pagar una niñera que cuide a su hija para que ella pueda pernoctar en un expendio de combustible.

“He llegado a las estaciones de servicio y policías o integrantes de las fuerzas armadas, que custodian las bombas, se han comportado de forma hostil. Me han dicho, sin tener suficiente criterio de lo que sucede, que uso a mi hija para poder surtir de gasolina más rápido. Yo necesito salir siempre con ella porque vivo sola con mi hija”, narró.

Oriana tiene Trisomía 8, una extraña enfermedad que compromete su estado cognitivo. Aunque la joven tiene 22 años, su edad neurológica es de dos. Físicamente, Oriana camina, pero su limitación psicomotora hace que, con caminatas largas, se canse muy rápido. Usa pañal desechable y recibe tratamiento médico de por vida, situación que por la falta de medicamentos, se complejiza aún más.

“Bajo a la frontera a comprar pañales, medicamentos anticonvulsivos porque en la zona donde vivo no hay”.

“En ocasiones, el puente Simón Bolívar está lleno de gente y los guardias no te quieren dejar pasar. Un día contraté a un señor para que llevara a Ori en una silla de rueda porque el sol (de más de 34 grados) estaba muy fuerte y pese a la apariencia física de la niña y la cola, debimos aguardar como todos los demás en una cola de muchísimas personas porque el acceso al puente estaba limitado por conteiner que impedían que pasara fácilmente una silla de ruedas”, explicó Carmen.

La escasez de gasolina también ha limitado muchas cosas en la vida de estas dos mujeres. Oriana debe asistir cinco veces a la semana a hacerse terapia de psicopedagogía, ocupacional y del lenguaje; pero la verdad es que no pueden hacerlo como deberían. Carmen se traslada con su vehículo pocas veces a San Cristóbal y, cuando lo hace, se pasea por las estaciones de servicio en busca de cuál de ellas hay un guardia con mejor cara para que no la maltraten.

Recordó que en una ocasión un efectivo militar le dijo que tenía que hacer cola desde el día anterior sin tomar en cuenta la condición de su hija, al tiempo que observaba cómo otros vehículos ingresaban a la gasolinera en condición de “coleados”.

“Oriana y yo no deberíamos pasar por estas humillaciones. Todo da miedo y estrés. A mi hija no le respetan sus derechos cuando salimos a la calle y yo no tengo con quién dejarla en casa. No hay humanidad ni en los funcionarios que deberían estar allí para prestar servicio y apoyo a la población que sufre por la crisis”, concluyó.

Sin gasolina no hay periodismo

En Táchira, un estado con una importante dinámica informativa, la escasez de hidrocarburos también ha afectado la normalidad de los periodistas y medios de comunicación. Es el caso de la comunicadora social Zulma López, quien ya sufre episodios de ansiedad al saber que tiene que salir a la calle para abastecer su vehículo y así poder llegar a su lugar de trabajo.

Ante el caos que se forma en las gasolineras, ella se ha visto en la necesidad de organizar las filas anotando en una lista las personas que van llegando y así evitar a los coleados. Aunque muchas veces no lo logra, porque estas personas evaden la fila pagando en pesos colombianos a quienes resguardan el lugar.

Muchas veces, López ha hecho colas de hasta ocho horas y al llegar a la estación de servicio no ha podido abastecerse porque se acaba la gasolina.

Grupos creados en la red social WhatsApp, así como programas de radio, ayudan a las personas a que estén informadas sobre las bombas de gasolina, donde llega el combustible; sin embargo, estos vehículos de carga pesada no depositan todo su contenido en una sola gasolinera, sino que la otra mitad la llevan a otro expendio y por esto dura tan poco tiempo disponible.

Al no haber la cantidad requerida en los lugares donde se vende, se afectan aún más los usuarios tal y como le sucedió a la periodista. 

“Llegué a las seis y media de la mañana. Empezaron a marcar los vehículos hasta el número 240. Yo era la 250, sin embargo, nos quedamos.

No tenía gasolina para buscar en otras bombas. No comimos, no orinamos. Ahí compartí con la gente. Una muchacha llevó un termo de café y yo tenía galletas. Hizo sol y llovió. A las cuatro de la tarde, nos dijeron que no podíamos abastecernos de gasolina porque los niveles del tanque estaban muy bajos”.

López contó que los funcionarios policiales metieron gente que no estaba en fila y por eso no alcanzó el producto. Esos mismos funcionarios les indicaron que al día siguiente les darían gasolina y que debían organizarse nuevamente.

La periodista, que tiene un programa de televisión y trabaja para un portal de noticias, volvió a participar en la enumeración de los carros y a ella le correspondió el número 11. Eran aproximadamente las cinco de la tarde y se fue para su casa sabiendo que ya tenía el puesto apartado. Quienes pernoctaron en la bomba, amarraron los carros con mecates para que nadie ocupase los puestos de las personas que se fueron.

Zulma llegó de madrugada y para su sorpresa, estando de número 11, ya tenía 20 carros por delante porque los policías que custodiaban el lugar permitieron que 10 vehículos “se colearan”.

El panorama también es complicado para reporteros, quienes muchas veces se quedan varados en los vehículos de los medios de comunicación. Esto ha traído como consecuencia que no se puedan cubrir pautas ni hechos noticiosos en la región.

La escasez también es de gasoil y muchas estalaciones radiales salen del aire porque no tienen el combustible necesario para poder encender las plantas cuando se registra algún corte de energía eléctrica.

Si llega más tarde, se devuelve

A sus 82 años, el padre Luis Monsalve (nombre ficticio para resguardar la identidad del sacerdote) también ha debido hacer interminables colas desde la madrugada para hacerse de un poco de gasolina.

"Dicen que mientras más temprano, menos cola hoy pero yo llego a las cuatro de la mañana y ya hay cuatro cuadras de carros esperando que abran la bomba”, explicó el representante de la iglesia católica.

El hombre acude solo a la estación de servicio. Como hace frío, se queda dentro del vehículo. Luis se lleva un termo con una mezcla de bebida achocolatada con leche y en su casa come solo pan para “amortiguar” la pesada jornada que le espera.

Usualmente, compra gasolina en un expendio de combustible que está destinado exclusivamente para el personal médico. Sin embargo, la última vez que fue a echar gasolina se sorprendió porque había más automóviles de lo normal. Esa vez no estuvo dispuesto a esperar y decidió volver, con menos de un cuarto de gasolina, cuando le tocara de nuevo hacer fila por el terminal de su placa.