Jueves, 31 de agosto, 2017
Ávila, Keymer

¿Hasta qué punto un discurso pretendidamente a favor de los más vulnerables los puede terminar instrumentalizando para fines que nada tienen que ver con ellos? ¿Detrás de ese discurso no puede estar subyacente la defensa de intereses particulares de un pequeño grupo que tiene como objetivo disfrutar tranquilamente de sus privilegios? ¿Se busca proteger a los vulnerables o al funcionariado que detenta el poder? ¿Estos discursos contra el "odio" pueden ser utilizados para fomentarlo?


Observo con mucha preocupación el uso de la palabra odio en el quehacer político nacional, lo cual parece hacerse cada vez más frecuente. Ésta no debe ser usada a la ligera, las ideas y las palabras construyen realidades. Más preocupante aún puede ser que este uso sea pensado y premeditado. Como se suele decir cuando se trata de prácticas peligrosas que pueden devenir en escaladas: “todos saben cómo comienza pero no cómo termina”. Sin tener pretensión alguna de exhaustividad ni rigurosidad, plasmaré en estas líneas algunas de mis inquietudes sobre este particular.

 

El odio es la antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea (DRAE). Lola Aniyar (2008) explica que los crímenes de odio son crímenes contra los diferentes, “motivados por el rechazo de un grupo social identificable.  Generalmente se trata de grupos definidos por raza, religión, orientación sexual, discapacidades, etnicidad, nacionalidad, edad, género, grupo social o afiliación política. Así entonces, el núcleo parte del odio hacia lo diferente, son crímenes motivados por las diferencias. El concepto se viene acuñando desde mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, en parte debido a la extensión de distintos movimientos extremistas.

 

El odio se alimenta de y se proyecta hacia los enemigos, desde una racionalidad bélica. En la guerra la excepción se convierte en la regla, en algo permanente. Así surgen de manera constante enemigos, a ellos se les pueden achacar las responsabilidades de todos los males del país, para no asumir las propias, cualquier chivo expiatorio puede ser útil. Con independencia de la base real o ficticia de los problemas, conflictos y tensiones, lo importante es su uso para lograr un mayor de control.

 

La base de este uso es el miedo, los prejuicios, el desconocimiento y la manipulación, que resultan explotados con una espectacular propaganda. Así se logra que la gente enajene sus propios derechos y otorgue poderes ilimitados a sus pretendidos protectores. Con ello se legitiman posteriormente acciones y hechos de fuerza, ya sea dentro o fuera de la legalidad.

 

La actual coyuntura

 

Nuestra clase política se viene caracterizando por un discurso cada vez más empobrecido, que discute personas y sus cualidades individuales, en vez de enfocarse en programas o proyectos de país. Esto no es un monopolio de alguno de los aparentes bandos antagónicos, por el contrario, es una de sus características compartidas. Es su forma política, la tienen tan internalizada que forman a sus jóvenes cuadros en esa lógica, dónde la descalificación personal y la capacidad de acosar se convierten en atributos para ser considerados como una figuras relevantes dentro de su propio bando. El twitter, los chats y demás redes son el caldo de cultivo y de reproducción para estas técnicas que sirven para vaciar de contenidos lo que debe ser el debate.

 

Ante la ausencia de ideas de fondo, de análisis de datos de la realidad, de programas y proyectos políticos, se deja entonces libre el espacio para el desconocimiento del otro, para los insultos y para la demonización del contrario. En este marco abundan los discursos clasistas, racistas y homófobos, que tampoco se le pueden adjudicar a uno solo sector. Unos lo hacen con claro desprecio y hasta con coherencia, otros intentan ocultar su desprecio tratando de instrumentalizar como objetos de protección a los sectores agredidos, pero considerándolos siempre como objetos de su táctica política, no como sujetos de derechos ni como protagonistas de un proceso de empoderamiento real.

 

¿Hasta qué punto un discurso pretendidamente a favor de los más vulnerables los puede terminar instrumentalizando para fines que nada tienen que ver con ellos? ¿Detrás de ese discurso no puede estar subyacente la defensa de intereses particulares de un pequeño grupo que tiene como objetivo disfrutar tranquilamente de sus privilegios? ¿Se busca proteger a los vulnerables o al funcionariado que detenta el poder? ¿Estos discursos contra el "odio" pueden ser utilizados para fomentarlo?

 

La versión completa de este artículo puede leerse en: Contrapunto 

@Keymer_Avila

Imagen: detalle de foto de Michael Candelori /shutterstock.com